La crisis de los refugiados, la mayor crisis migratoria y humanitaria que ha visto el mundo desde la Segunda Guerra Mundial, ha traído a las puertas de Europa a miles de ciudadanos de países como Siria, Afganistán o Irak, que escapaban del horror y de la guerra en busca de un futuro mejor. Noticias, fotografía y vídeos, a cada cual más dramático, nos han golpeado una y otra vez ante la desidia y la dejadez de los gobiernos occidentales, incapaces de reaccionar ante la llamada de auxilio de una población que huye del horror. Los álbumes ilustrados infantiles se han sumado a la causa para intentar explicar a los niños, con sencillez, una realidad inexplicable. Como dice el ilustrador Raúl Nieto Guridi, la literatura infantil «no puede vivir de espaldas al mundo real».
«Hace mucho que sentía impotencia con el drama de los refugiados. Quería hacer algo, pero me parecía difícil abordar el tema sin ser muy dramático. Pensaba en qué podríamos contar que pudiera resultar también positivo y divertido. Creo que la clave me la dio mi pareja. Pasó muchos años de su vida en guerra en su país, y la manera que tiene de ver la empatía en mucho más positiva que la mayoría de las personas», explica a Madresfera Magazine Luis Amavisca, autor de Sin agua y sin pan. Publicado en 2016 por la editorial nubeOCHO, que dona 3,30 euros de cada ejemplar a Amnistía Internacional, este álbum ilustrado es un claro ejemplo de cómo la literatura infantil puede acercarse al drama de los refugiados y contar a los niños algo tan difícil de explicar. De entender, incluso. Porque uno, por más que lo intente, no puede entender que pasen estas cosas. Y que cerremos los ojos ante ellas.
También en 2016, la autora italiana Francesca Sanna, se alzaba con dos de los premios más prestigiosos de la literatura infantil, el de la Sociedad de Ilustradores de Nueva York y el Llibreter, con El viaje, publicado en España por La Pequeña Impedimenta. Era la suya una historia fruto de muchas historias de superación, las que conoció tras entrevistar a decenas de inmigrantes en un campo de refugiados en el país transalpino, tras emocionarse y conmoverse con sus relatos. La historia de quienes tienen que abandonar su casa corriendo, por la puerta de atrás, y se enfrentan a miles de peligros y fronteras en busca de un nuevo hogar, «un lugar donde podamos vivir en paz y comenzar de nuevo nuestra propia historia», como dice el narrador del cuento. «Me emocionó el libro de Francesca porque me gustan los libros infantiles que sean una gozada estética y que aporten un valor diferente, estableciendo temas un poco provocativos para que los niños sepan que existen también otras cosas, no solo los campos y las flores», afirma Enrique Redel, editor de Impedimenta.
El valor de la sencillez
«La sencillez es el lenguaje más directo y más inteligente», afirma Luis Amavisca. Y a esa sencillez se agarraron él y el ilustrador Raúl Nieto Guridi a la hora de dar forma a Sin agua y sin pan. «Teníamos claro que el mensaje debía ser rotundo, asequible y universal y para ello cuanto más sencilla fuese la imagen más fácil iba a ser conseguir un código para todos», explica Guridi. Como reflexiona Amavisca, el álbum ilustrado publicado por nubeOCHO es «casi una obra teatral» con un mensaje muy directo tanto para los niños como para adultos, ya que el objetivo último era hablar «de empatía y para ello lo mejor era hacer una presentación directa, dentro de un escenario real».
Ese escenario es una página en blanco que queda separada por una valla que a todos nos suena. Inevitablemente. A un lado unos personajes de azul que tienen agua. Al otro unos de naranja que tienen pan. Y de repente, por otro lado, aparecen unos hombres de verde, cargados con maletas. Los refugiados. Solo los colores los diferencian. «Fue muy importante en este proceso no definir claramente ninguna religión ni estereotipos en los personajes», explica Guridi. Y en medio de todos esos adultos de colores, los niños. Azules, naranjas y verdes. Incapaces de entender a sus padres, el comportamiento de los adultos, porque ellos se ven iguales y no tienen problema en compartir juegos.
«No creo que los niños vivan ajenos a las problemáticas, las sufren de otra forma, su visión es menos catastrófica y más a corto plazo, quizás sea una ventaja a la hora de enfocar los problemas», reflexiona el ilustrador sevillano. Una opinión que comparte Luis Amavisca, que reconoce que le fascina cómo ellos «encuentran una solución tan fácil a problemáticasmuy fuertes». Para el autor de Sin agua y sin pan, los adultos tenemos «muchísimo» que aprender de los niños: «Pensamos que no entienden toda la complejidad del problema cuando nos dicen frases que nos dejan de piedra, pero realmente, se les escucháramos más, quizás aprenderíamos mucho».
Una literatura infantil necesaria
«La literatura infantil tiene, al igual que la literatura para adultos, un compromiso social. Quizás es todavía más fuerte en el caso de la literatura infantil, porque estamos dando literatura pero tambiñen estamos formando, ayudando a educar a las nuevas generaciones. Una problemática actual es algo que los niños tienen que conocer, y si además nos sirve para hablar de tolerancia, de empatía o de diversidad, mejor que mejor», argumenta Luis Amavisca.
En ese sentido, Guridi echa de menos «más literatura enfocada desde el punto de vista no-occidental en las estanterías de las librerías», por lo que considera que «aún queda mucho camino por recorrer»; un camino en el que el álbum ilustrado puede ser «una gran herramienta». Luis Amavisca, por su parte, cree que la diversidad es «fundamental» pero que, sin embargo, «no se trabaja lo suficiente». «Necesitamos concienciar a todos los niños, crear una sociedad responsable, empática y plural, que englobe la diversidad y el respeto. En el caso de los refugiados, trabajando el tema con los niños podemos trabajar la empatía, importantísima en el desarrollo de los niños, y la solidaridad», argumenta.
Y todo ello sin caer en la moraleja fácil o en los mensajes superfluos. «Lo más importante creo que es ser sinceros y no hablar a los nios como si fueran «tontos». Y perdón por ser tan directo, pero es que es un tópico común, que ocurre mucho, el hablarles como si no entendieran», explica Amavisca. Su opinión la comparte Enrique Redel, que no está a favor de «dulcificar» el mensaje porque a los niños no se les puede «hurtar la realidad», sino que hay que «enseñársela de manera que ellos la entiendan».
Esa realidad la muestra Francesca Sanna, dando según Redel un paso más, ya que los niños de hoy, ya acostumbrados a ver al diferente como igual, a compatir pupitre con niños de otras razas y diferente color de piel, comprueban que dentro de la normalidad siguen existiendo «situaciones anormales, como las barreras que se ponen a las personas que huyen de un país en busca de un futuro mejor». Y ese futuro, que la ilustradora italiana refleja tan bien contraponiendo el negro de la guerra con la luz, los árboles, los colores y la vida, es uno de los mensajes que el editor de Impedimenta considera más importantes en El viaje: «Francesca, que ha vivido de cerca en Italia el drama de los refugiados, me decía que todo lo que redime las vidas de estas personas es la esperanza de un mundo mejor. Y este libro es capaz de reflejarlo. No se ceba en lo malo, sino que deja un mensaje de esperanza». Y para la esperanza.
ADRIÁN CORDELLAT