En resumidas cuentas somos agua, algo sólido y eso que unos llaman alma. Una mixtura sublime que obra el prodigio de la vida compleja, racional, regida por un equilibrio bioquímico tan virtuoso como frágil. Porque también sufrimos los rigores que impone el cuerpo y el espíritu; y la razón puede convertirse en el peor de nuestros enemigos. Por eso siempre me ha parecido estúpido distinguir al ser humano por lo que aparenta y no por lo que realmente es, imponiendo prejuicios que no son más que excrecencias de la interpretación sesgada de la realidad. Qué más da el color, el sexo, la procedencia o con quién se quiera compartir la vida, si al final del camino sólo nos espera un hoyo profundo o el capricho del viento: es decir, la nada.
Mirar a la mujer más allá de su condición es algo que muy pocas personas son capaces de lograr; situarla en el mismo plano que el resto de los seres humanos, prevaleciendo su mera personalidad y no los arquetipos que algunos se empeñan en establecer atendiendo a intereses espurios o irracionales, es una virtud que demuestra lo poco que nos distinguimos los unos de los otros, rompiendo así paradigmas doctrinarios que atentan contra lo obvio.
Eso es lo que van a encontrar en Un día en la vida de una mujer sonriente, el estupendo libro que recopila los relatos que la británica Margaret Drabble -una autora incomprensiblemente desconocida en España hasta ahora- escribió a lo largo de su carrera literaria. Son trece cuentos ordenados cronológicamente en los que la escritora da rienda suelta a su personal perspectiva de las relaciones personales, a través de las experiencias de unas mujeres que se muestran en toda su plenitud humana, más allá de prejuicios, consideraciones e interpretaciones, mostrando un universo desconocido para el común de los mortales en el que reside una rara armonía construida con el material de lo cotidiano.
Drabble abomina de ese cinismo que envuelve o cuanto menos salpica otras obras literarias produccidas por mujeres; no se convierte en esa voz condescendiente que reduce a la mujer a base de ensalzar sus virtudes, ni erige castillos nebulosos habitados por heroínas incomprendidas, o siembra de trincheras los páramos de la rutina mostrando los excrementos de las relaciones humanas. No, Drabble presenta a sus mujeres como miembros de una existencia colectiva de la que es muy difícil abstraerse, y en donde todos sufren o disfrutan del placer o el dolor, las pasiones desenfrenadas, el romanticismo, la vanidad o la decepción. Criaturas que caminan como funambulistas por una delgada soga, expuestas a los mismos peligros que cualquier otro animal que camina a dos patas y no tiene plumas.
Desmenuza en sus relatos no sólo la personalidad de sus personajes, sino el contexto existencial que determina sus actos. Son cuentos aparentemente sencillos pero de una intensidad abrumadora; historias narradas con extraordinaria elegancia y un toque cosmopolita, que parten de situaciones corrientes para adentrarse en las más profundas simas de la conducta, en las que atrapa y exhibe las escurridizas ánimas de los sentimientos inconfesables, exponiendo así la materia primordial de nuestra naturaleza, la que nos distingue de otros seres vivos y la que nos iguala entre los de nuestra especie.
La mujer marca el ritmo, pero siempre acompañada de un elenco que determina la armonía de lo narrado, en una asombrosa simbiosis que estimula las emociones dejando un prolongado eco en la memoria. Afortunadamente podemos disfrutar ahora de la narrativa de esta escritora con unos relatos de inusitado vigor, sutil complejidad y desarrollos asombrosos que contienen el secreto largamente perseguido de la igualdad entre hombres y mujeres.
ANTONIO J. UBERO