Ahora que ya sabemos que el hombre es una alimaña para todas las criaturas, aquel refrán de «el hombre es un lobo para el hombre» ha perdido fuelle. De bestia enemiga del ser humano, de comedor de niños y ganado, de nominador de casas de lenocinio -pues de dónde viene sino la palabra lupanar, hogar de las «lupas» o prostitutas-, a víctima acosada. Su expansión, cercenada por el avance de las ciudades y los radicales cambios de su hábitat, han mermado sus poblaciones. Su sambenito de alimaña tampoco le ha ayudado, no hay más que conocer Pedro y el lobo, Los tres cerditos, El lobo y el cordero de Lafontaine y hasta Caperucita roja, cuentos donde es depredador, asesino y violador, una suerte de compendio de los peores vicios humanos al servicio de la prosopopeya literaria popular. Al menos en los cuentos rusos, el Lobo Gris es una criatura maldita pero beneficiosa que ayuda desinteresadamente a los Zarevich en problemas para que sus misiones lleguen a buen fin.
Hermano Lobo
Por suerte, siempre ha tenido aliados. Uno de los primeros fue San Francisco de Asís, cuya gesta memorable recuerda el poema de Rubén Darío «Los motivos del lobo» donde el santo convence al cánido para renunciar a su naturaleza hasta que, harto de que los seres humanos no rechacen lo peor de la suya, vuelve a su vida montaraz. «Déjame en el monte, déjame en el risco, / déJame existir en mi libertad. /Vete a tu convento, hermano Francisco, / sigue tu camino y tu santidad».
Según la leyenda clásica, Rómulo y Remo, fundadores de Roma, fueron amamantados por la loba Luperca que los salvó de una muerte segura a manos de su tío abuelo Amulio, y Mowgli fue criado por la manada de Seeonee, en el seno de una devota familia lupina y protegido por Akela, el gran maestro.
En la realidad se han dado casos de niños criados por lobos, algunos fueron lindos cuentos de hadas con tongo final como el caso de la falsa judía belga Misha Defonseca autora de Sobreviviendo entre lobos donde narra sus peripecias cuando fue la protegida de dos lobas en la sangrienta Europa podrida de nazis y demás totalitarios de la Segunda Guerra Mundial. Otras son milagrosamente ciertas, como el caso del niño lobo de Sierra Morena, Marcos Rodríguez Pantoja, uno de los pocos que han podido readaptarse viviendo en una frontera inventada entre el campo y la ciudad, entre la naturaleza y las reglas humanas.
Otro gran defensor de los lobos es Jack London; nada menos que tres relatos ya clásicos y siempre ambientados en la época de la fiebre del oro dedicó al tema: Colmillo Blanco (Alianza), La llamada de la Selva (Biblioteca Nueva) y Amor a la vida (Gadir). Los dos primeros son un reverso simétrico y están narrados desde el punto de vista de la compleja psicología de sus protagonistas a quienes en ningún momento se «humaniza’: Colmillo Blanco es un lobo con herencia de perro por parte de su madre, la rebelde y brava Kiche, propiedad de un indio borracho que le dará una muy mala vida al cachorro mestizo quien, tras sucesivas malas experiencias con los «dioses «, es decir, los humanos: caprichosos e incomprensibles, termina por caer, in extremis, en manos de una persona decente. Comilla Blanco, serio y encerrado en sí mismo, terminará sus días en la finca de una buena familia americana capaz de arriesgar su propia integridad para lograr la adaptación de esa hosca criatura. Por el contrario, Buck, el protagonista de La llamada de la selva, es un perro de gran coraje, fuerza e inteligencia que aprende a tirar del trineo para sobrevivir y quien, tras el asesinato de su querido dueño, se adapta a vivir entre sus primos los
lobos aunque siempre regresa al campamento donde su hombre fue asesinado. En Amor a la vida London coloca al mismo nivel, de manera magistral y con gran tensión narrativa, a un hombre y a un lobo cuya existencia sólo la garantiza la muerte del otro.
En España, quien más ha hecho por resituar a estos animales en la imagineria popular fue Félix Rodríguez de la Fuente, jefe él mismo de su propia manada de lobos y que, gracias al programa El hombre y la Tierra, lavó la reputación del hermoso lobo, tantas veces identificado con el «lobisome», identidad tras las que se esconden psicópatas como Romasanta. Y, aunque existan ya generaciones criadas en el amor lobuno, en los últimos tiempos han abundado en Asturias lobos colgados de las señales de tráfico, asesinatos perpetrados por unos cuantos desgraciados. En fin, el ser humano es el único que tropieza siempre en la misma piedra y olvida demasiado rápido. De culturas y hábitats aniquilados habla Tótem lobo (Alfaguara) del disidente chino Jian Rong (Lü Jiamin), una sangrante novela basada en la experiencia del escritor durante la revolución cultural maoísta que puso patas arribas todo el continente chino, incluida Mongolia a donde fue enviado a reeducar a los mogoles, a quienes identifica con el lobo, guerrero infatigable y libre que, en el horóscopo chino, es uno de los signos fuertes, cosa que el pueblo oriental, convertido en una masa de ovejas, parece haber olvidado, reflexiona con amargura el autor que asistió al exterminio de los hombres y los lobos de las llanuras. No hay nada más triste que un lobo solo, como el pobre Calcetines, amigo del no menos solitario teniente Dunbar relegado en la frontera india en Bailando con lobos, hermosa epopeya sobre la amistad entre especies y razas en tiempos de barbarie.
Algunos asesinos de lobos se convirtieron en sus más firmes defensores, tal es el caso del viejo bandido Ernest Thompson Seton, cazador, naturalista y ameno escritor. Seton, a finales del siglo XIX, aceptó el encargo de exterminar a la última manada de lobos mexicanos capitaneada por un inmenso y astuto lobo gris. Intentó dar caza al gran jefe y se valió de toda clase de tretas desde ratones envenenados a cepos que el inteligente macho alfa pudo eludir. Al final, recurrió a las malas artes: asesinó a la pareja de su rival peludo, Blanca, y paseó su cadáver por todo el territorio. Los lobos son monógamos, cooperativos y tienen sólidas estructuras familiares y sociales. Lobo no era una excepción y ese fue su fin. Atrapado por cuatro cepos, su ejecutor, arrepentido en el último momento, intentó salvarle. Lobo ni se dignó a mirarle y murió en silencio. Desde aquel día Seton experimentó una trasformación. Abrumado de que un «animal» hubiera demostrado más lealtad y nobleza que él, en su nuevo papel de villano arrepentido, escribió Lobo, el rey de Currumpaw (Tundra) que inspiraría la película La leyenda de Lobo (Disney, 1962), el documental de David Attemborough El lobo que cambió América, o el libro ilustrado Los lobos de Currumpaw de William Grill (Impedimenta). Otros homenajes lupinos son Julie y los lobos (Alfaguara) de Jean C. George, la epopeya de una niña esquimal en la tundra de Alaska, quien se apoya en una manada de lobos con la amenaza de los cazadores detrás; Kavik, el perro lobo de Walt Morey (Barco de Vapor), un cuento muy londiana sobre la amistad entre un mestizo y un niño; Gran-Lobo-Salvaje de René Escudié (Barco de Vapor), fábula encantadora sobre unos chuchos abandonados que inician una búsqueda para dar con su antepasado; y, últimamente, Sara Hall y La frontera del lobo (Alianza) donde se narra la re-introducción de los lobos en Cumbria y los temores atávicos que despiertan en los habitantes de la región, alegoría sobre fronteras, refugiados y la complejidad de los seres vivos apretados en un mismo territorio.
Alegorizando con lobos
Y ahora les toca el turno a los lobos metafóricos, no sólo a El lobo estepario de Hermann Hesse, que identifica la supuesta soledad del cánido con la eterna soledad del hombre. Lobos-símbolo son los huargos de los Stark de Juego de Tronos de George R. Martin. Lady, Peludo, Verano, Nymeria y Fantasma son los álter ego de los príncipes del Norte quienes, cuando pierden a sus animales, quedan desprotegidos frente a las amenazas y la terrible soledad.
La Novia del Lobo de la finesa Aino Kallas (Nórdica) explora la brujería, los corsés mentales y el deseo de libertad que retoma Angela Carter en los cuentos «El hombre lobo’; «En compañía de lobos» y Lobalicia» de La cámara sangrienta donde explora las conversiones físicas y aprovecha las metáforas licantrópicas para reflexionar sobre el despertar sexual, el eterno femenino y la necesidad de «matar» a la autoridad para crecer.
La trasformación de humano en lobo tiene que ver mucho con los instintos, ya sea en plan erótico adolescente, como bien saben Annette Curtis Klause con su saga de La marca Del lobo o Stephenie Meyer con sus hombres lobos indios de Crepúsculo donde rastreamos la huella del berserker nórdico que tornaba en fiera al inicio de la batalla y que alcanza a la serie romántica de Lola P. Nieva o al Rojo Feroz de Jackson Pierce. En cuanto al miedo-miedo, El hombre lobo de París de Guy Endore conecta lo gótico con un convulso París revolucionario donde la desgracia de una maldición pesa sobre el atormentado protagonista, y Stephen King retomó el mito en El ciclo del hombre lobo con mordiscos chorreantes y sexo consentido a camino entre la necrofilia y el bestialismo.
Tampoco olvidaremos de la joyita del muy curioso autor Sabine Baring-Gould y su ensayo El libro de los hombres lobo (Valdemar) donde rastrea todo cuanto se ha escrito desde la Antigüedad, hasta sus días en torno a la licantropía y que de tanta inspiración ha servido.
En definitiva, el lobo todo lo engloba ya sea como animal o símbolo. Ha llenado ya muchas páginas, ha saltado al cine, a la televisión, al universo digital con sus polisemias entre los dientes, terrorífico, noble y majestuoso mientras que los bípedos, hace mucho tiempo que nos quitamos la careta y no necesitamos compararnos con más depredador que nosotros mismos. Somos el único animal que se cree superior por doblegar al prójimo y que mata por placer. Después de todo, sería una pena que el mundo al final nos lo disputáramos los humanos y nuestras primas las ratas, las que mejor saben hacernos frente. «No puedes atrapar a un dios y convertirlo en tu esclavo. Pagarás por ello», advierte el sabio mogol al joven chino en Tótem Lobo. Rudyard Kipling llamaba a los lobos «el pueblo libre.» Yeso son, verdaderos ídolos de carne, sangre y literatura.
ADA DEL MORAL