Para entender la importancia de la familia que protagoniza el aclamado cómic del escritor Frank M. Young y el dibujante David Lasky, solo hay que leer a Bob Dylan en la entrevista que concedió a «Los Angeles Times» en 2004: «Escribí Blowin’ in the Wind en 10 minutos. Me limité a poner palabras a un viejo espiritual, probablemente algo que aprendí de los discos de la familia Carter. Esa es la tradición de la música folk». No es la primera ni la última vez que el reciente Premio Nobel de Literatura subraya la influencia de esta dinastía en su discografía. En esa misma entrevista, incluso, vuelve a insistir en que todas sus composiciones están basadas «en los viejos himnos protestantes, en variaciones del blues y en las canciones de los Carter».
Tras seis años de intensa investigación, nutriéndose de infinidad de libros y artículos de prensa, Young y Lasky consiguieron publicar esta impecable obra que llega ahora a España con la editorial Impedimenta, tras obtener en 2013 el premio Eisner, algo así como los Oscar del cómic, a la mejor novela gráfica basada en hechos reales. Un intenso viaje de 16 años, con ecos de Shakespeare, Dickens o Mark Twain, según el guionista de La Familia Carter: Recuerda esta canción, en el que no solo se cuenta su camino hacia el estrellato, sino también los estragos de la fama, las batallas internas, las traiciones, las depresiones o las artimañas de aquella primera industria discográfica.
El eje principal de la trama es Alvin Pleasant «A.P.» Carter (1891-1960), el gran impulsor de esta banda que sentó las bases de toda la música country comercial del siglo XX –y, por extensión, del rock and roll–, e inspiró a figuras tan decisivas de la cultura popular estadounidense como Hank Williams, Woody Guthrie, Pete Seeger, Joan Baez, Doc Watson, Bill Monroe o Johnny Cash, que precisamente estuvo casado con una de sus sobrinas, June, durante 35 años.
El relato se inicia en 1893 y retrata con mimo el nacimiento de los viejos discos de pizarra, los estragos de la Gran Depresión y los problemas de la segregación racial durante la primera mitad del siglo XX. Una sociedad, en definitiva, profundamente conservadora y rural, presente desde la primera viñeta: «¡Alvin, aléjate ahora mismo de ese violín! ¡Ese instrumento lo carga el diablo!», grita su madre. Ese fue el país en el se gestó el trío del joven Carter junto a su mujer, Sara Dougherty, y su cuñada, Maybelle Addington. La primera, dotada de una voz grave y evocadora; y la segunda, creadora de una innovadora técnica que han copiado muchos músicos actuales, desde Lucinda Williams a Emmylou Harris, combinando el rasgueo de la guitarra rítmica con el punteo solista.
En los primeros capítulos seguimos a A.P. Carter por el condado de Scott, en su Virginia natal, aprendiéndose con su violín las canciones que los inmigrantes británicos e irlandeses habían importado a Norteamérica durante el siglo XIX. «¡No es broma! Para mí la música lo es todo. Me da miedo que desaparezcan si no las pesco… ¡si no las mantengo vivas!», asegura en otra viñeta ubicada temporalmente en 1914. Fue el 2 de agosto de 1927 cuando la familia Carter, por fin, se subió a su viejo coche rumbo a Bristol, en Tennessee, para grabar los primeros temas de folk de la historia. Aquella sesión para Victor Records, el mismo sello que había grabado el también el primer disco de jazz diez años antes, es lo que los historiadores denominan «el big bang de la música country». Seis canciones producidas por el cazatalentos Ralph Peer, que intuyó que de aquella música podía sacarse dinero.
Los Carter recibieron apenas 25 dólares con los que pudieron aliviar momentáneamente su acuciante pobreza. Pero a esta grabación —que incluía temas como «Wandering Boy» y «Poor Orphan Child»— le siguieron otras. Keep On The Sunny, Single Girl, Married Girl, Burn Me Under The Weeping Willow, River Of Jordan, Little Moses o Will The Circle Be Unbroken, con las que se convirtieron en las voces más célebres del país, vendiendo más de 300.000 copias hasta su separación en 1943. A lo largo de esos 16 años de aventura recuperaron del olvido más de 300 canciones, muchas de las cuales aún siguen interpretándose hoy por todo el mundo. Un legado incomparable que les llevó, en 1970, a ser elegidos el primer grupo del Salón de la Fama de la Música Folk-Country.
El «cameo» de Johnny Cash
La principal razón de que los Carter se separaran fue que A.P. acabó anteponiendo la música a la familia. Presionado por la compañía de discos para que siguiera grabando y haciendo caja, el violinista se vio obligado a recorrer el país en busca de otras viejas canciones, relegando a su mujer y a sus tres hijos a un segundo plano. Sara Dougherty acabó pidiéndole el divorcio y, aunque siguieron actuando un tiempo, cuando esta anunció que se casaba con otro hombre, el trío puso fin a su aventura.
A partir de entonces, salvo alguna reunión esporádica, Alvin Pleasant Carter se alejó de los escenarios y se recluyó en su casa de las montañas Clinch. Sara, a la que nunca le interesó la fama, se marchó con su marido a California. Maybelle, sin embargo, siguió actuando hasta su muerte en 1978 con las tres hijas que había tenido con el hermano de A.P., bajo el nombre de Las Hermanas Carter y Madre Maybelle.
La mediana, June —compañera de clase de interpretación de James Dean y Robert Duvall—, se casó con Johnny Cash en 1968, viviendo, durante 35 años, una de las mayores historias de amor que ha dado la historia de la música. Quizá por eso se le concede un «cameo» en el cómic al célebre y atormentado autor de «I Walk The Line», a modo de epílogo: «Me pregunto si A.P. supo lo importante que fue su música. Cuando nos marcó a mí y a otros músicos», afirma.
ISRAEL VIANA