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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

El exorcismo de una superviviente de Charlie Hebdo

Catherine Meurisse, dibujante que se salvó de la masacre, relata cómo superó el drama en las viñetas de La levedad.

Hoy Catherine Meurisse (Niort, Francia, 1980) va recuperando la sonrisa. Asiente con un gesto y una mirada que lo dice todo. Sin embargo, sus ojos se entristecen cuando devuelve su dolor al presente al hablar de sus amigos, mentores y colegas, masacrados aquel 7 de enero del 2015 en el consejo de redacción de la revista Charlie Hebdo. Charb, Cabu, Wolinski, Tignous, Honoré, su corrector, Mustafá… Ella debía asistir a aquella reunión pero una ruptura sentimental había hecho que esa noche durmiera poco y mal y no oyó el despertador: llegó tarde, igual que el también dibujante Luz. Refugiados cerca, solo sabían que unos terroristas habían tomado rehenes. Pero entonces oyeron los disparos de los kalashnikov, que en nombre de Estado Islámico segaron 12 vidas. Meurisse, que diez años antes se había convertido en la primera mujer de la plantilla de dibujantes del histórico semanario de humor satírico, desnuda su propia caída al abismo, volviéndose “vulnerable y frágil”, y cuenta cómo recuperó la capacidad de dibujar que perdió tras el atentado en La levedad (Impedimenta), un “canto a la belleza, el arte y la capacidad de crear”.

Volcada ahora solo en el cómic y en una adaptación al cine de Julie Lopes Curval (“otra transformación artística del drama. Lopes sobrepasará mi historia con su mundo creativo”, Meurisse no concede entrevistas y tiene mano derecha para torear preguntas sobre temas políticos y sobre el islam. “Me es muy difícil responder. Ya no trabajo en Charlie. Yo no hago política, no me interesa”, contestaba al público del Institut Français de Barcelona el martes, en una gira que este jueves la ha llevado a Madrid.

ANESTESIA EMOCIONAL

Tras el ataque “todo era incomprensible, un sinsentido”. Sufrió anestesia emocional, sensorial y algo de amnesia y se sentía “culpable” por haber sobrevivido. “Solo quería no volverme loca. Perdí la noción de mi identidad como mujer, persona y como dibujante. Creía que nunca podría volver a dibujar”. Tampoco podía leer ni ver películas.

E intentó refugiarse en los referentes que la han acompañado toda su vida y que nutrían las páginas de libros anteriores como El puente de las artes y La comedia literaria (Impedimenta). Y buscó, además de la naturaleza, a Baudelaire, al Oblómov de Goncharov y, en la playa de Balbec, donde transcurría En busca del tiempo perdido, a su ‘amigo’ Proust. “Fue peor, porque pensé que la literatura me ayudaría y no sentí nada, no me devolvía nada ni rehacía mi imaginario. Me entró pánico a que mi cerebro se hubiera apagado y a que nunca podría volver a mi oficio porque si no podía dibujar yo ya no existía”.

Entonces pidió asilo en la Villa Médici de Roma, reconocida residencia de artistas, esperando encontrar el síndrome de Stendhal en el arte. “Creía que un shock estético, por la belleza, anularía el del 7 de enero en Charlie”. “Pero descubrí que el arte solo habla de violencia humana. Creía que me acompañaría y ayudaría pero no fue así. Vi aquellas estatuas antiguas, decapitadas, castigadas, los mitos violentos que contaban, y solo veía en ellos la masacre de Charlie y la de Bataclan. Necesitaba poner cara a la masacre porque solo había oído los disparos pero no vi sus cuerpos y me obsesioné con aquellos mármoles que me los recordaban”.

Pero “poco a poco”, añade, “todo fue volviendo”, también el color, que en el cómic revive en la última parte, igual que el dibujo, menos seco. “En los artistas de Villa Médici hallé fuerzas. Cuando empecé a dibujar y a dibujarme es cuando me vi viva, no muerta, de lo cual no estaba segura”.

DESTELLOS DE HUMOR, «ADN CHARLIE»

“Espero que los dibujantes no se autocensuren -comenta Meurisse-. Es cierto que la libertad de expresión ha sufrido un duro golpe, pero también fue un shock que ha hecho reaccionar a mucha gente que la daba por hecho”. Pese al drama -«nunca entenderé lo que pasó. Mataron a gente que dibujaba y eso no puedo entenderlo»-, La levedad (más de 85 000 ejemplares en Francia, premio Wolinski), su “burbuja de protección”, contiene destellos de humor. “Porque está en la vida y así soy fiel al ADN de Charlie. Y no quería trasladar al lector el sufrimiento que yo sentí. Ese humor es un homenaje a mis amigos». «Crecí con ellos y aprendí a usar mi libertad y a hablar de política, cultura… Siempre estarán conmigo, pero el dibujo político se acabó para mí. No soy un soldado del dibujo de prensa, no estoy en guerra».

ANNA ABELLA