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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

El café como remedio para la angustia existencial

El ojo castaño de nuestro amor desvela que ni siquiera quince cafés por día alcanzan para aliviar la pena de aquel al que todo le faltó.

«Empecé a sentir, simplemente, entusiasmo. Un entusiasmo sin motivo, una felicidad sin causa externa», confiesa el escritor extrañado, aunque sí tiene una razón: el café instantáneo, un veneno oscuro que se le volvía una provocación total: «Me sentía enamorado después de cada vaso de Nescafé, enamorado de nadie, como si fuera posible el amor puro, fuera de los cuerpos, sin necesitarlos». Con el paladar invadido por una química enigmática, el escritor se siente en pleno uso de sus facultades. Y no es sólo por eso que a mí, que empecé mi primer libro con una frase escandalosa («soy un drogadicto» porque tomo diez cafés por día), me resulte una sorpresa fabulosa la publicación de El ojo castaño de nuestro amor, el libro de memorias del rumano Mircea Cartarescu, el escritor que todos los años amaga con ser el primero de su país en recibir el Nobel de Literatura, que toma quince cafés por día como bálsamo contra la tristeza y que, entre añoranzas de una isla perdida en el Danubio o un rarísimo hallazgo en las páginas de Lolita, combina humor y angustia existencial.

Escribir es un acto solitario y la tristeza sólo se alivia con café. Si es cierto que todos los grandes escritores parten de una trágica adaptación al mundo que los rodea, el mundo en que creció Cartarescu es un mundo desaparecido en el que los niños escuchaban por radio la audición Moscú habla, los discos de Bob Dylan se traficaban más que la heroína, la comida se canjeaba por paletas de ping pong o los jeans estadounidenses valían más que un auto ruso (a propósito: en este libro aprendí que jean viene de ginovesi, que eran los pantalones que los marineros genoveses llevaron a América). En la Rumania de gran parte del siglo XX, un joven inquieto podía morir de angustia, de tan aislado que se sentía: a Cartarescu, que hoy es el autor de su país más celebrado en el extranjero, ni siquiera lo alivió haber escrito un poema en la terraza del Empire State aquella vez cuando, por fin, pudo conocer Manhattan y se largó a llorar compulsivamente: «¿Quién me había robado los mejores años de mi vida? ¿Quién me había hecho inepto para el Este y para el Oeste?». En un limbo de puntos cardinales, él escribe en rumano («ese portugués de Oriente», compara) y en esta colección de cuentos, anécdotas, ensayos y parábolas pinta una época en un lugar pero logra una resonancia universal: muestra cómo era la vida cotidiana en la mitad del mundo que se oponía a la hegemonía occidental. ¡Good bye, Lenin! Con la caída del Muro, Cartarescu comprobó que el hombre del Este no era esencialmente distinto del hombre del Oeste, al que siempre le habían enseñado a desconfiar o temer. Pero quedó la marca indeleble de la tristeza o la tragedia.

Si la fenomenal saga Mi lucha del noruego Karl Ove Knausgård nos enrostra los traumas de un escritor que vive en un país con todas las necesidades satisfechas, El ojo castaño de nuestro amor devela que ni siquiera quince cafés por día alcanzan para aliviar la pena de aquel al que todo le faltó. Pero incluso ahí se esconde un pequeño tesoro porque, según Cartarescu, «la lengua de la infelicidad es ésa en la que están escritos todos los libros verdaderos».

NICOLÁS ARTUSI