Denuncian sus devastadoras historias irremplazables pérdidas de control: “El mensaje barre las redes, dispara alertas en todos los móviles de la ciudad”. En el relato “Obesidad mórbida…”, puertas giratorias conectan acciones y escenas más propias de Raymond Carver (la preocupación por el deber cumplido, los costes de su cumplimiento): “Chacón pulsa el icono del Juicy Krush.“ Mientras haya paz en los corazones, habrá amor en la Tierra”, murmura mientras apila frutitas”. Lo que encontramos bajo la lente del cuento “Manos libres” es el orgullo como forma de auto-engaño: “Tatiana los ve correr semidesnudos por la pantalla, los ve arrojar cócteles molotov contra los comercios, los ve apedrear a una anciana”.
El escritor Sergi Puertas (Barcelona, 1971) posee algo así como el equivalente emocional del tono adecuado, al ser capaz de moverse a través de un repertorio de variados registros: “¿Qué piensas cuando tu hermano sale del cuarto y te guiña el ojo, cuando la pareja extraterrestre destruye nuestro planeta haciendo ruidos con la boca?”. Un cómico desenfado cede a una melancolía desesperanzada, a menudo en la misma página. Y, sin embargo, el denominador común de su más reciente colección de relatos Estabulario (Impedimenta, 2017) es el sentido de fatalismo, que encuentra su articulación más directa en la composición que da título a la serie: “Un movimiento periférico me arranca de mi narcosis. Algo cruza el refugio a toda prisa (…) rebotando de pared en pared. Extiendo el brazo, palpo la cama vacía”.
Momentos aparentemente sin importancia revelan fallas de carácter. El apólogo “Pegar como texto sin formato” entiende lo imposible que es establecer una imagen nítida del pasado: “He percibido su reverso (…) el mismísimo edificio ha vibrado en intonía con los eslóganes. Todo se ha manifestado de forma increíblemente articulada, ha sido una invitación formal a cruzar la pantalla”. “Torremolinos” gira en torno a la incapacidad de escapar a las historias que inventamos: “Levantarse por las mañanas, agachar la cabeza, recorrer el vertedero con los pies descalzos. Levantarse por las mañanas, tragar basura una y otra vez”. Si los personajes de “Nuestra canción” comparten una experiencia, es la de vivir una mentira, hasta que todo se aclara, de repente: “Cuando terminamos de cantar, siempre se hace el silencio. Lentamente, las personas de la fiesta que todavía no nos conocen se acercan a nosotras (…) Por eso nos gustan las fiestas. Por eso vamos a las fiestas”.
Puertas es novelista (Cómo destruir ángeles (2008)) y poeta (Sigue buscando, hay miles de premios (2005)). Los cuentos de Estabulario son documentos definitivos de un fugaz auto-conocimiento. Gran parte del encanto del volumen radica en su estilo coloquial, que conduce a una ternura implacable, unida a la claustrofobia que nos provoca la familiaridad de algunas escenas. Revelan sus crónicas la ansiedad de una cultura, la española, que trata de encontrar su lugar en un mundo que se expande de forma vertiginosa, más allá de sus fronteras. En sus mejores momentos, el autor barcelonés nos recuerda lo cerca que están el arte del cuentista y el del mago. Sus historias nos golpean invariablemente, de forma inmisericorde, no importa cuántas veces las volvamos a leer.
JOSÉ DE MARÍA ROMERO BAREA