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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Sobre la mezquindad

'La librería', de Coixet, es una película tan hermosa y conmovedora como triste, pues constituye todo un ensayo sobre la mezquindad y el matonismo. Artículo de opinión de Ramón de España.

A finales de los años cincuenta, en un rincón de la Inglaterra rural, una joven viuda llegada de Londres decide abrir una librería, en parte porque la literatura es un interés que compartió con su difunto esposo. Es la suya una ambición moderada y discreta que no debería encontrar especiales dificultades para su consecución, pero la pobre Florence Green no ha tenido en cuenta una de las fuerzas más poderosas de la naturaleza humana, la mezquindad, esa implacable muestra de la miseria moral que se va a cebar con ella por, según sus verdugos, meterse donde no la llaman. Éste es el punto de partida de la nueva película de Isabel Coixet, La librería, basada en la novela homónima que Penelope Fitzgerald publicó en 1978, que el pasado sábado inauguró la Seminci de Valladolid y que llegará a nuestras pantallas a principios de noviembre.

Aunque el final es algo más optimista que el de la novela -un falso final feliz o, por lo menos, una puerta abierta a la esperanza-, La librería es una película tan hermosa y conmovedora como triste, pues constituye todo un ensayo sobre la mezquindad y el matonismo al que puede enfrentarse cualquiera que pretenda hacer realidad un sueño, por inofensivo que parezca. Realmente, ¿a quién puede molestarle que una buena chica londinense (Emily Mortimer, hija en la vida real del escritor John Mortimer, al que muchos estaremos eternamente agradecidos por su guion de la serie de los setenta Retorno a Brideshead) quiera abrir una librería en un pueblo del condado de Suffolk? Pues a la señorona del lugar (Patricia Clarkson, insuperable siempre en los papeles de arpía), que tenía otra idea para el edificio escogido por la joven librera, aunque ese enclave llevase años muerto de asco sin que a la bruja de Violet se le ocurriera darle alguna utilidad, idea que se convierte en su razón de ser cuando se entera de que alguien pretende convertirlo en librería. A partir de ese momento, Violet se dedicará en cuerpo alma a hacerle la vida imposible a Florence porque puede y porque los pusilánimes que la rodean saben, desde que iban al colegio, que sale a cuenta apoyar a los matones.

Triste reflexión sobre la condición humana y el daño gratuito infligido por la mezquindad, La librería muestra una lucecita al final del túnel gracias a Christine, la ayudante de diez años de Florence cuya actitud tamiza ligeramente la devastadora tragedia doméstica que narra esta excelente película.