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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Oso, Marian Engel

En la ciudad la mañana solo puede soportarse. Ya no hay amanecer, ni tampoco verdadera oscuridad. Lo único que queda, después de llover o de que hayan regado la calle, es el chirrido de las llantas en el asfalto mojado. Aquí, en cambio, Lou volvió a despertarse temblando y alzó la nariz como un animal. […] El mundo estaba cubierto de una tardía nieve primaveral.

De nuevo una novela sobre una mujer que huye para alcanzar la libertad; esta vez a una isla remota al norte de Toronto. La protagonista, Lou, es una bibliotecaria que parece haber pasado toda su vida invernando. Trabaja en un instituto sobre la Historia de Canadá, estudiando mapas antiguos, clasificando libros olvidados y documentos en un sótano. Cuando se le presenta la oportunidad de catalogar la biblioteca de Coronel Jocelyn Cary en la isla que lleva su nombre, no lo duda y emprende un viaje que le cambiará la vida. Eso era exactamente lo que yo sabía cuándo cogí este libro.

Al igual que ante Lou se extiende un paisaje inabarcable y abrumador, Oso (1976) nos presenta una madeja de temas que según vayamos desarrollando nos rodeará hasta obligarnos a parar y coger aliento. A veces, la referencia a un tema será mínima por eso, al detenernos, cobrará todo el sentido. El tema de la naturaleza extenderá sus brazos hacia la oposición entre la vida en la ciudad y la vida en la isla, así como la supervivencia en un territorio hostil o el aislamiento.

Una señal de que la naturaleza nunca se rendiría, de que por muy depredador que fuese el hombre había cosas que escapaban a su control.

Además, esta es una novela feminista. Lou es una mujer insatisfecha en sus relaciones con los hombres y en su vida. Disfruta con su trabajo en la isla porque se siente libre y plena, algo que la tiranía de la ciudad no le permitía. Sola, sin depender de ningún hombre, sin que tengamos el clásico flechazo con algún lugareño que la salve, Lou descubre todo un mundo de libertad por ella misma. Tendrá que enfrentarse al machismo de Homer, también a ese sentimiento de culpabilidad que nace cuando una mujer hace lo que quiere. Engel aprovecha esta novela para criticar los usos de la sociedad que oprimen a las mujeres, creando un oasis de libertad: la isla.

Porque lo que le disgustaba de los hombres no era su erotismo, sino que dieran por supuesto que las mujeres no tenían. Lo que las confinaba al papel de amas de casa.

Y luego está el oso. Al principio vi en su relación una alegoría de ese abrazar la naturaleza, una vuelta al origen. Según iba avanzando, entendí que era una celebración de la libertad sexual de la mujer. Muy controvertida, eso sí, porque los orgasmos no los provoca el hombre. Y en nuestra cultura patriarcal, ¿puede haber algo más transgresor? Al final, da la impresión de que con oso o sin él, ella alcanzaría ese mismo final de autoconocimiento. Sin embargo, esta no es más que mi opinión. Marian Engel (1933-1985) ha escapado a los convencionalismos creando una novela totalmente significativa e inclasificable. Cualquier etiqueta se queda corta con la multiplicidad de interpretaciones que suscita.

Luego fueron a la orilla y en lugar de sacudirse a su lado, él se limitó a echarse y lamerle el agua del cuerpo mientras ella, de cara al cielo, dejaba caer las estrellas: una, dos, catorce, un millón…Parecían caerle encima, dispuestas a quemarla. Una vez alargó el brazo para coger una, tan cerca la veía, pero el resplandor se apagó en su mano, se apagó en la Vía Láctea.

De ahí que de me resulte muy difícil capturar todo el potencial de esta novela en estas palabras. Eso sí, lo que más me ha gustado del libro es su capacidad para transmitir con las descripciones. En increíble cómo desde el comienzo te atrapa con su estilo reposado y sus frases cortas, creando imágenes tan evocadoras que te trasladan a ese rincón canadiense de tanta belleza.

Y ahora, yo me pregunto ¿qué pasa con las autoras canadienses? ¿por qué describen tan bien? No sé si será porque tienen una relación con el paisaje, con su naturaleza, más intensa, que forma parte de su tradición. Pensemos en Margaret Atwood, Alice Munro, Marian Engel. De Alice Munro siempre recuerdo la que es mi descripción favorita: un lago helado en su cuento “Amudsen”. De Margaret Atwood su maestría para describir emociones: el asco de La mujer comestible, o la psicología en Alias Grace. Para alegría nuestra, son una fuente inagotable de obras hermosas que nos hacen cuestionar todo lo que nos rodea. Valiente Marian.

No puedo terminar esta entrada sin comentar la belleza de la ilustración de Gabriella Barouch en la siempre perfecta edición de Impedimenta. Es la única portada que he visto que refleja la sensibilidad de la novela sin quedarse en la superficie erótica, más comercial, pero que no hace justicia al texto.

¿Dónde he estado?, se preguntó. ¿En una vida que ahora podría considerarse una ausencia de vida?