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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Si la elogiable iniciativa de ‘Supernovas’ hay que criticar el feo detalle de la organización con la bochornosa gestión patrimonial con el supuesto homenaje al centenario del nacimiento de uno de los más importantes realizadores franceses, Jean Pierre Melville. Lo que podía haber sido un merecido homenaje al autor de ‘El silencio de un hombre’, se ha convertido en un escuálido repaso a varios cortometrajes, un documental y la proyección de su film ‘El confidente’. Así, la Seminci ha perdido la oportunidad de reivindicar su figura y ofrecer una filmografía completa de doce títulos, legado de los grandes nombres del cine universal.

En cuanto a la sección oficial la Seminci dio el pistoletazo de salida con la hermosa película de Isabel Coixet ‘La librería’. Inspirada en la novela homónima de Penelope Fitzgerald, Coixet desgrana a través del personaje de Florence, encarnada con solvencia por la actriz Emily Mortimer, un suave drama costumbrista sobre una joven viuda que quiere instalar en una pueblo costero y pesquero una librería.

Inglaterra. Estamos en 1959. Una voz over, llama la atención sobre Florence, una joven apasionada, de temperamento calmado, amante de la lectura, que pese a la presión de los mandamases de la villa que desaconsejan el negocio, desoye cualquier reproche e instala en un lugar privilegiado su librería.

Isabel Coixet se ciñe a la narración clásica y a una forma académica. Afronta pocos riesgos y se decanta por una estructura convencional. La película, de eficiente puesta en escena, se mantiene en los límites del drama contenido. Visual y estéticamente es correcta, esmerada y elegante. Muy británica en la corrección. Sobria, como si llevara el piloto automático.

La cineasta catalana habla de la profunda admiración por los libros. Que sumergiéndose en la lectura una persona jamás se sentirá sola, conocerá mundos y ambientes maravillosos. Todo ello pretende conseguirlo Florence. Su mejor cliente, que interpreta Bill Nighy, queda seducido por el arrojo de la librera y por poder leer a Bradbury o a Nabokov. Pero la literatura es sólo una sutil coartada para hablar acerca de la villanía moral de quienes teniendo el poder, políticos y filántropos, niegan la oportunidad a los nobles propósitos para hacer con el dinero público o propio servicios a sus intereses.