El siete de enero de 2015 la revista satírica Charlie Hebdo fue el objetivo de unos fanáticos que acabaron con la vida de una docena de humoristas y trabajadores. Otros tantos sufrieron heridas de diversa gravedad. Catherine Meurisse se salvó de la masacre porque llegó tarde al trabajo, pero escuchó los fisparos que acabaron con las vidas de sus compañeros. Este trágico acontecimiento le provocó la pérdida de la memoria y de la capacidad de dibujar, pero esta mujer de treinta y cinco años no se rindió y luchó por seguir adelante, por recobrarse como ser humano y como artista. En el año 2016 publicó la novela gráfica La levedad, contando el proceso seguido para recuperarse de las heridas mentales y emocionales que había sufrido.
La palabra como terapia
Como afirma la artista: «El terrorismo es el enemigo declarado del lenguaje». El dolor, el miedo, el sufrimiento, nos enmudecen y nos anulan como personas. Por eso ella se rebela y nos hace oír su voz, que se manifiesta a través de las palabras y las imágenes. En un primer momento se impone el silencio y el lenguaje del cuerpo, sobre todo los abrazos, los besos y las caricias, que sintetiza en una sola viñeta: «El siete de enero y los días siguientes abracé muy fuerte a mis amigos de Charlie, a mis padres, a mi hermana, a mi ex, a mis conocidos».
A lo largo de la historieta, todos los sentimientos de la protagonista se manifiestan a través de la manera en que se dibuja a sí misma. Cuando comprueba que necesita protección policial y se da cuenta de su nueva situación, repite «Mi libertad ha muerto», mientras el dibujo de su cuerpo se deforma hasta convertirse en un garabato . El trazo caricaturesco en el cómic permite una mayor expresividad, como podemos comprobar también en otro ejemplo: cuando se encuentra con su antigua pareja, se abrazan y ella se disuelve literalmente en sus brazos. La metáfora visual es uno de los recursos gráficos que utiliza frecuentemente la artista.
El lenguaje corporal se acompaña del lenguaje verbal que se manifiesta, además de en la voz de la narradora, en los diálogos que mantiene con diferentes personas. Cuando habla con su madre puede contrastar su recuerdo subjetivo de lo que creía haberle dicho el día del atentado con lo que realmente le contó.
A pesar de su buena voluntad, los seres queridos no pueden entender en profundidad lo que les ha ocurrido a las víctimas. Entonces se impone el sentimiento de soledad y es el momento de acudir a un especialista para que le diga lo que sucede en su mente:
«Usted es víctima de un shock postraumático. De repente, el siete de enero le vino encima un estrés tremendo. Este tipo de estrés genera tanta adrenalina y cortisol que podría resultar mortal. El reflejo de supervivencia del cerebro en tales situaciones consiste en ponerse en estado de disociación. Su cerebro se ha disociado y le ha provocado una anestesia emocional, sensorial, además de amnesia».
La figura del psiquiatra la encontramos en otras ocasiones durante la narración. En primer lugar, el personaje de Elsa, psicoanalista colaboradora de Charlie asesinada, aparece en su consulta tratando a uno de los asesinos, en una muestra de humor negro muy catártico que se repetirá más adelante. Otro psiquiatra recuerda a la protagonista los atentados en los que se ha visto implicada ella o seres cercanos , a lo que Catherine responde siempre: «Yo soy Charlie», «Yo soy Bataclan», «Yo soy Choranne», «Yo soy Bichat», «Yo soy Voltaire». El doctor le pregunta finalmente: «¿No será usted un poco megalómana?».
El humor le sirve para enfrentarse a lo trágico o para no dejarse llevar por el sentimentalismo. Marca una distancia emocional que la ayuda a enfrentarse con lo que la espanta y a controlar su afectividad.
Los referentes literarios
La protagonista no sólo mantiene diálogos reales sino también imaginarios con algunos de los dibujantes asesinados, que después de muertos le ayudan con las supuestas contestaciones que le dan, coherentes con las ofrecidas en vida en el pasado. También conversa con escritores fallecidos a los que admira, como Camus -«Nombrar mal las cosas es añadir desdicha al mundo»- , o Proust , su ayudante de vida. «Leer a Proust es leer lo más profundo de nosotros mismos», afirma. Sin embargo, reconoce: «La verdad que yo busco no está en él, sino en mí».
Las referencias literarias son constantes. Los olvidados versos de Baudelaire que le recitó Mustafá, el corrector de la revista también asesinado, los recuerda cuando se inicia la recuperación : «Levanta el vuelo muy lejos de mórbidas miasmas; ve a purificarte al aire superior, ¡Y bebe como puro y divino licor, el fuego claro del límpido espacio!» . Esto es lo que hace con una amiga con la que camina por las montañas y con la que , al terminar de recitar estos versos, mantiene un diálogo que sintetiza la idea central de La levedad.
Otros autores que la acompañan son Dostoyevski , «La belleza salvará al mundo»; Stendhal, con su famoso síndrome, que le guiará por la ciudad eterna, «Paseos por Roma». También Goncharov, con su personaje Oblómov, que personaliza la renuncia al amor y a otros sentimientos para no sufrir, idea que ella no comparte. Incluso los teóricos de la literatura como Boileau y su determinante teoría de las tres unidarles de la tragedia: «Que en un lugar, en un día, un solo hecho acabado / mantenga hasta el final el teatro colmado», que la autora aplica con toda propiedad a su propia tragedia.
Imágenes sanadoras
Después de los abrazos de los seres queridos, de las conversaciones reales o imaginarias y de las lecturas de los clásicos favoritos, el resto de las manifestaciones artísticas acuden también en ayuda de la protagonista de La levedad. La autora usa el arte como recurso expresivo y también para visualizar las emociones que experimenta.
En las primeras páginas camina abatida, al atardecer, por las dunas junto al mar, y de manera premonitoria se dibuja inmersa en un luminoso cuadro de Rothko . Cuando tras el atentado vuelve por primera vez a la redacción de la revista , atraviesa una pared en la que se reproduce El grito de Munch. Más adelante, mientras habla de la belleza con una rana, la vemos sumergida en el famoso cuadro del pintor prerrafaelita John Everett Millais, La muerte de Ofelia.
La estancia de un mes en la Villa Médici de Roma es fundamental en el proceso de curación de la autora, que tiene la oportunidad de vivir rodeada de arte y de artistas. Visita Villa Borghese y en los cuadros que observa proyecta sus obsesiones: la cabeza de Goliat en manos de David se le figura el terrorismo; la serpiente que pisa el Niño Jesús escribe con su cuerpo la palabra daesh; una eremita que tiene en su mesa una calavera escribe La levedad. Ella se identifica con todos esos personajes y con Europa raptada por el toro.
En el jardín de Villa Médici contempla el conjunto escultórico que Balthus propuso colocar en ese lugar y que representa el mito de Níobe, que se jactó de ser más fértil que la diosa Leto y sufrió por ello la venganza
de los hijos de ésta, Apolo y Artemisa, que mataron a toda su progenie. Ella identifica esta cruel y divina reacción con la amenaza actual a la libertad de expresión y a los personajes masacrados con sus amigos víctimas de los atentados.
En sus paseos por Roma visita también las iglesias y se siente «enternecida y elevada», como le ocurría a su amigo Stendhal «por la acumulación del tiempo y la Historia» que le rodeaba. Piensa la autora que «el Barroco enternece las iglesias y te envuelve, quieras o no. Te sientes a la vez aplastado por la arquitectura y la ornamentación, y transportado por la belleza del oro y del mármol». Cuando observa una cúpula no vislumbra a Dios, sino el final del túnel.
En las iglesias también disfruta de las obras maestras de grandes pintores, entre los que prefiere al más pendenciero
-«La belleza es un misterio y Caravaggio es su profeta»- . Le sorprende la representación de la crueldad en el arte religioso y las connotaciones eróticas del arrebato de los místicos. Al final sucumbe al placer de «creer en la belleza».
Belleza para cambiar la vida
En el tramo final de La levedad la mirada de la protagonista se va alejando del horror y el sufrimiento y se deja seducir por los aspectos más hermosos de la vida. Una compañera la hace ver cómo la naturaleza, en las distintas estaciones, embellece las dramáticas esculturas de los «nióbidas» del jardín. Otra tarde el sol se pone tras la cúpula del Vaticano, mientras un becario interpreta música de Chopin, Liszt y Ravel y una chacona de Bach que ella escuchaba antes del 7 de enero pero que no se ha atrevido a volver a escuchar «por miedo a caer por algún precipicio emocional». El pianista sigue tocando y ella siente que está cambiando su vida.
En la página siguiente, un bajorrelieve muestra a «Una mujer joven aún sacando la cabeza del agua», una metáfora de la narradora, purificada de la sangre, del dolor y del odio, que es capaz de rehacer su vida gracias a la belleza del arte, de la música, de la escultura, de la arquitectura y del cariño de los humanos. El regreso a París le reserva una grata sorpresa, la visita al Louvre sin público, sólo con su hermana Fanny y su amiga Sigolène. Contemplan La balsa de la Medusa de Géricault, el cuadro favorito de la protagonista, un naufragio con esperanza. Después, en una sala oscura, descubre un cuadro misteriosamente iluminado: La buenaventura de Caravaggio.
La obra termina, cerrando una estructura circular, con tres páginas en las que, como en las tres iniciales, la protagonista camina por la playa. Ahora, sin embargo, no asciende encorvada una duna al atardecer con su chaquetón negro, sino que, en la plenitud del mediodía, bajo un sol radiante, camina con un vestido blanco por una playa lisa, de arena dorada, contemplando los azules del mar y del cielo. Estos son sus pensamientos finales: «Alejado ya el caos, la razón se reanima y se recupera el equilibrio junto a la percepción. Veo con menor intensidad, pero recuerdo lo que he visto. Confío en permanecer despierta, atenta a cualquier signo de belleza. Esta belleza que me salva, devolviéndome la levedad».
Catherine Meurisse se sincera con el lector desde el primer momento, mostrándole los problemas personales más íntimos antes del atentado y su situación emocional después de un acontecimiento tan terrible, al tiempo que describe el proceso seguido para asimilar tanto dolor. Además, lo hace a través de la belleza de un cómic, que emplea numerosos recursos expresivos para mostrar las diferentes etapas del proceso de sanación de la autora, demostrando cómo una buena artista tiene la capacidad de transformar el horror y el sufrimiento en una obra de arte que nos emociona.
*Juan Gutiérrez Martinez-Conde es maestro.