«Stanley y las mujeres» no es la mejor obra de Kingsley Amis, por supuesto. Ese lugar está reservado para «La suerte de Jim», probablemente. No obstante, la novela que ahora edita Impedimenta mantiene el oficio y la calidad que se le supone a un autor de su categoría. Demuestra conocer bien los mecanismos psicológicos por los que nos movemos, y una capacidad de sabio novelista para expresar qué sienten los personajes y por qué.
El conflicto es sencillo, pero tiene su punto de originalidad aún tantos años después (la novela fue originalmente publicada en 1984): arranca con la visita inesperada que recibe Stanley Duke, protagonista de la novela y narrador. Se trata de su hijo de diecinueve años, fruto de un matrimonio anterior. Stanley nota pronto que su hijo muestra cierta inestabilidad mental, cuestión que irá agravándose. Desde ese momento, la novela es un estudio meticuloso de los síntomas que el padre percibe en el hijo, así como las repercusiones que la enfermedad tendrá en su entorno familiar y social. Aún en la tristeza de la situación contada, este descubrimiento de la locura es sin duda lo mejor del libro.
Se trata por tanto de una obra de madurez, publicada cuando el autor contaba ya con sesenta y dos años, y en la que se percibe cierto sabor amargo. No en vano, Kingsley Amis salía de un proceso de separación matrimonial en las circunstancias de composición de la obra.
Son muchos los críticos que han querido ver una inquina constante del autor hacia las mujeres, y en ese aspecto el propio título de la obra ya tiene algo de revelador. Sin embargo es interesante en su retrato psicológico de personas profundamente egoístas, que anteponen sus intereses a todo lo demás.
El prólogo escrito por Kiko Amat es valioso, imprescindible, en la doble función de justificación del valor del libro e información de las circunstancias de creación de la novela.
Rafael Ruiz Pleguezuelos