Quizá por eso, hubiese sido deseable que una edición tan cuidada como esta de Impedimenta incluyese una mínima biografía de las autoras, y que también se indicase quién es la responsable de la versión castellana de cada uno de los relatos (también los traductores son todas mujeres), de los que sí se anota brevemente cuándo se publicaron por primera vez, por orden cronológico que no siempre se respeta. Detalles, en fin, que acaso emborronen algo esta antología excelente.
Escritos en una época en la que la muerte se asumía con una naturalidad de la que carece el hombre contemporáneo, a través de estos relatos se muestran no sólo las convenciones de aquel tiempo sino también la situación de la mujer, que aquí aparece como mera comparsa, cuando no es quien provoca la tragedia por sus celos (“La historia de la vieja niñera”; “Realidad o delirio”, “El abrazo frío”). También las hay víctimas como “Salomé”; brujas como la hechicera de “No administrar después de dormir” o involuntarias médiums que incluso logran liberar almas en pena (“Cecilia de Noel”, el cuento más extenso, casi una nouvelle de un centenar de páginas) .
Pero, más allá de la anécdota, lo que estos relatos rezuman es una mirada sorprendente al insconsciente, a esos deseos y temores soterrados que condicionan involuntariamente la vida de los protagonistas. Como señalaba Italo Calvino en sus Cuentos fantásticos del XIX (Siruela), el elemento sobrenatural que se adueña de las historias de fantasmas “aparece siempre cargado de sentido, como la rebelión de lo reprimido, de lo olvidado. En esto se ve la modernidad de lo fantástico, la razón de su triunfal retorno en nuestra época”. Otra razón podría ser la sencilla ingenuidad de estas historias de espectros a los que sus autoras traspasan esos temores, caprichos e histeria que en la época consideraban característicamente femeninos. Aunque ese sea otro relato, también de terror.