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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Las damas victorianas cuentan historias de horror

Especial Navidad. Para leer en caso de frío. Por ISABEL GÓMEZ MELENCHÓN.

Los victorianos, damas y caballeros, campesinos y villanos, dedicaron horas y recursos a la búsqueda y experimentación de lo sobrenatural y sus secuencias: tanta compostura tenía que descoserse por algún sitio, y así, mientras el imperio progresaba adecuadamente, las sesiones de espiritismo, médiums y demás vivieron un momento de gloria y no sólo entre las clases populares. Charles Dickens o Wilkie Collins escribieron sendas historias de fantasmas, pero también lo hicieron sus coetáneas femeninas, con idéntica o superior saña en el empeño (conseguido) de estremecer a los lectores. Porque el siglo XIX vivió una eclosión de escritoras en un mundo hasta entonces eminentemente masculino. La editorial Impedimenta acaba de publicar Damas oscuras. Cuentos de fantasmas de escritoras victorianas eminentes, un compendio de narraciones de veinte autoras que coincidieron en crear su particular reino de terror literario a lo largo del más terrenal de Victoria. Son veinte relatos ideales para leer al calor de la calefacción y pasar un miedo mucho más sano que el que nos depara cada día la actualidad.
Algunas de estas escritoras se tomaron tan en serio su inclinación por lo esotérico que acabaron creyendo firmemente en ello. Es el caso de Catherine Crowe (1803-1876), de quien no podemos ofrecer ninguna fotografía porque no se han conservado. Crowe desafió las convenciones sociales de la época abandonando un matrimonio desgraciado; sus novelas fueron muy apreciadas entonces por los lectores y después por diferentes autoras anglosajonas que han visto en ellas una crítica nada velada a la situación de la mujer. Pues bien, Catherine Crowe fue inclinándose cada vez más por el ocultismo: su The night side of nature, en el que examinaba casos de apariciones o encantamientos, se convirtió en un best seller de tan largo recorrido que aún se publica. Lamentablemente ella misma se creyó protagonista de uno de estos casos y fue detenida corriendo desnuda por las calles de Edimburgo, pretendiendo ser invisible. En fin.
Charlotte Brontë es la más conocida de las autoras del volumen y, aunque no se dedicó a las ghost stories, su inmortal Jane Eyre contiene numerosos elementos góticos. En la selección se incluye su relato Napoleón y el espectro, con toda la parafernalia de las apariciones, pero donde el auténtico fantasma es un emperador empequeñecido (más),en camisón y poco fiero. Una lectura feminista añadiría que todo ello ante la mirada irónica de su consorte, María Luisa, mucho más juiciosa. Porque un rasgo común a la mayoría de estos cuentos es que sus protagonistas masculinos no salen demasiado bien parados: por lo general se trata de caballeros de mayor o menos alcurnia que pecan de una petulante incredulidad ante el relato de una casa encantada o un alma retornada y así, para demostrar su valor, se enfrentan descreídos a una noche en un salón habitado por espectros o similar, aventura con la conclusión previsible: derrotados por el más allá, con pocas ganas de volver a intentarlo y el orgullo por los suelos. Ellas no lo hubieran hecho.
El repertorio de autoras incluye otros nombres famosos y algunos prácticamente desconocidos para el lector actual, aunque en todos los casos alcanzaron un cierto renombre o el éxito en su momento. Elizabeth Gaskell y Willa Cather son dos de las más renombradas. La primera, amén de novelista de éxito y primera biógrafa de Charlotte Brontë, con quien la unía una cierta relación de amistad, fue reconocida por sus relatos góticos, como este La historia de la vieja niñera, que tiene la particularidad de que sus protagonistas son femeninas, hasta la espectra. Willa Cather es una de las tres autoras no británicas o irlandesas (con Mary E. Wilkins Freeman y Gertrude Atherton, todas estadounidenses) incluidas y admiradora asimismo de Brontë. Pero entre los nombres menos afamados encontramos a auténticas especialistas en el relato de fantasmas victoriano, como Mary Elizabeth Braddon, Charlotte Riddell, Margaret Oliphant o Rhoda Broughton, sobrina de un maestro del género, Sheridan Le Fanu. Dan miedo, pero son una delicia.

¿Quieren crear mal rollo? Pues nada como seguir las instrucciones de Impedimenta, que ofrece dos recortables de Criaturitas Fantasmales. Sólo hay que coger las tijeras, perforar con un punzón y unir las piezas con una cuerda o hilo. No las recomendamos para el árbol navideño.

El reinado (63 años) de Victoria en Gran Bretaña combinó una moralidad estricta y los avances materiales con una marcada afición por lo esotérico, la novela gótica y los cuentos de fantasmas, considerados apropiados para el invierno. La editorial Impedimenta ofrece una recopilación de historias sobrenaturales de autoras muy terrenales.

¡Que viene el espectro!
ASPECTO. Puede adoptar la forma de hombre o mujer dependiendo de su pasado (el de fantasma). En ocasiones visitan a sus víctimas correctamente vestidos/as a la moda de sus años entre los vivos, pero más frecuentemente su apariencia deja mucho que desear: envejecidos, con el atavío ajado y los ojos en blanco, detalle que causa inevitablemente un pavor indescriptible.

CLIMA. Ya hemos dicho que estos relatos eran socialmente muy aceptados para leer junto a la chimenea, pues encima suelen transcurrir también el invierno u otoño; los pobres fantasmas deambulan entre copos de nieve, vientos huracanados y lluvias tremebundas.

ESCENARIO. Los seres del más allá muestran una especial querencia por las habitaciones y las salas de antiguos castillos deshabitados y mansiones venidas a menos, a cuya ruina contribuyen ellos mismos con su presencia indeseada.

SONIDOS. Muchos espectros tienen la buena costumbre de anunciar su llegada con un amplio repertorio musical, ya se sabe que nada como unas notas de piano o, mejor, de clavicémbalo, para ponerse en situación. De salir corriendo.

FRÍO. Y no sólo en la calle: al fantasma le precede una bajada de temperaturas y sensación de hipotermia capaz de helar la sangre al más valiente.