Vamos a empezar por lo fácil. Las cien noches de Hero, la segunda novela gráfica de Isabel Greenberg tras saltar a la fama de una manera contundente con La enciclopedia de la Tierra Temprana, tiene como referente claro y nada disimulado Las mil y una noches. Se trata, en este sentido, de volver a mostrarnos el poder de las historias, el disfrute que proponen, su carácter hipnótico y evocador. Y ahora pasemos a lo difícil. Las cien noches de Hero es una obra eminentemente feminista y femenina. Antes de que nadie se lleve las manos a la cabeza, hay que aclarar que eso no convierte esta magnífica novela gráfica en algo excluyente. Al contrario. Es un grito de mujer, de mujeres en realidad porque son dos sus protagonistas. Greenberg pelea para recordarnos que la historia, la religión, la literatura, la misma historia ha rehuido en muchas ocasiones el protagonismo de la mujer. Y con este relato que a su vez contiene otros relatos, en lo que supone un ejercicio narrativo fascinante y que no para de crecer en sus más de 200 páginas, logra que por un momento nos olvidemos de la trama y nos sumerjamos en el poder de las mismas historias, embrujados como alguno de sus personajes y satisfechos de poder proclamar que contar esas historias es algo que merece la pena defender, más incluso si tienen la voz femenina que propugna la autora.
Resumir Las cien noches de Hero en una sinopsis es un ejercicio complejo y, en realidad, inútil, porque no se trata de una historia simple. Pero sí se puede decir que partimos de una base: dos hombres apuestan por la fidelidad de la esposa de uno de ellos, el marido convencido de ella y su oponente convencido de que la seducirá en cien noches. Ella, en cambio, ya está seducida pero por otra mujer. Las cien noches del título servirán para que las historias sean capaces de frenar la estupidez, el machismo y la estupidez de los protagonistas masculinos. Ojo, no es norma. Las cien noches de Hero no quiere ridiculizar a nadie, y eso tiene más mérito del que parece. Porque habría sido fácil apostar por un feminismo radical. Es, de alguna manera, lo que pide una parte de la sociedad. Pero eso habría arruinado el maravilloso mensaje que esconde la obra, el poder de las historias. Sí, las cuenta una mujer, y el enfoque es indudablemente feminista, pero esa es solo una de las facetas de este fascinante viaje. Greenberg narra de una manera maravillosa, tanto que la historia crece por sí sola, con ese toque de fábula hermosa y completa, con una gran cantidad de pequeños relatos que se van conectando no solo por su narración sino, sobre todo, por su emoción. Y al final, cuando uno cierra el libro, queda la sensación de haber leído algo que no envejecerá.
Si en la historia el debate puede venir por la impronta feminista, por lo determinante que es, en el dibujo es una cuestión de estilo. Greenberg tiene un trazo muy claro y reconocible, alejado del realismo. Eso, en una fábula de esta naturaleza, es algo que hasta ayuda. Pero no es un estilo que enganche a primera vista a todo tipo de lectores. Su brillantez, no obstante, se va abriendo camino. Sencillez no es simpleza, esa una obviedad que, pese a todo, hay que aclararla con cierta frecuencia y la novela gráfica de Greenberg, de hecho su mismo estilo como ilustradora, obliga a hacerlo. Podemos debatir si los personajes son lo suficientemente expresivos sin el apoyo del texto, y probablemente no siempre lo sean, quizá sea ese el único aspecto en el que Las cien noches de Hero no alcancen lo sobresaliente, pero es igualmente cierto que la puesta en escena es formidable. Que el diseño, el significado y la disposición de las figuras y los escenarios son siempre magníficos y significativs. Que su dibujo engancha cada vez más, desde el sugerente prólogo hasta el contundente clímax, pasando por las historias que Greenberg intercala en la narración central. Las cien noches de Hero abre debate, y eso siempre es bueno. Y seguramente no decepcionará a nadie. Al contrario, probablemente haga que algún que otro escéptico tenga que reconocer lo mucho que ha disfrutado.