Que en el abovedado sótano de la mansión Delorme, a las afueras de Montréal, se alberguen una cámara acorazada, una momia de mujer cuyas mandíbulas aprisionan un ladrillo de arcilla y, dentro de él, una gastada moneda victoriana no ese! menor delos ganchos que atraparán al lector que se adentre en La cámara verde. No. Porque lo anterior, como las casi 250 páginas que lo arropan, es narrado por la propia mansión, que, además, tiene poderes para abrir y cerrar a su antojo puertas y ventanas. Sólo con estos dos rasgos es fácil adivinar que la quinta novela de la canadiense Martine Desjardins (1957) es una cumbredehumor negro y goticismo. Añadan que jamás habrán conocido una familia más tacaña que los Delorme, ni más poseída por instintos asesinos, y se adivinarán ante una de las más escalofriantes y divertidas sátiras sobre la avaricia y el culto al dinero que se puedan llevar a los ojos. Muy fuerte.
EUGENIO FUENTES