Literatura y cine, para bien o para mal, y a pesar del eterno debate, estamos ante un matrimonio, puede que de conveniencia en la mayoría de casos, pero un matrimonio. Si no es «me gustó más el libro» la frase más comentada tras abandonar la sala, cerca le andará. Aunque es mejor eso que el cargante de turno senteciando a la pantalla «¡esto no salía en el libro!», compartiendo la denuncia con sonoridad para que los involuntarios compañeros de viaje cinematográfico reciban el mensaje. Frente a la creencia de un enfrentamiento, no son pocas las veces que el cine ha salido en defensa del libro.
Los libros son los protagonistas de la última película de Isabel Coixet, que lleva por título La librería y adapta la novela homónima de Penelope Fitzgerald. El filme cuenta la historia de Florence Green (Emily Mortimer), una mujer cuya ambición es montar una librería en una zona rural de Inglaterra. Una misión no exenta de dificultades por las envidias que despertará en algunos miembros ilustres de su comunidad. Los vecinos, en su mayoría ajenos a la lectura, irán cayendo bajo en el mundo entre tapas.
Precisamente, el mayor acierto de la película es trasladar ese mundo literario, con sus descripciones de lugar, de personajes, su estética, todo impregnado por una hermosa sencillez. La película es además un profundo homenaje a las librerías y al libro en formato fisico. Casi resulta un contrapunto a esta cultura actual que ya no necesita ni comprar in situ. Seguramente, la librería de la próxima generación estará exclusivamente en la nube.
En La librería se hace mención a varios libros, especialmente clásicos de la literatura. Uno de ellos es Fahrenheit 451, escrito por Ray Bradbury y llevado al cine por Francois Truffaut, uno de los maestros de la nouvelle vague. A pesar de que hablamos de géneros opuestos, porque Fahrenheit 451 se enmarca en el subgénero de la distopía futurista, hay paralelismos con la película de Coixet. Sus personajes principales temen que la lectura desaparezca. En La librería por el cierre de la misma, y en Fahrenheit 451 porque los libros acaben calcinados por un gobierno totalitario que persigue a los que osan leer.
Son varios los cineastas que se han sumado a ese amor por la literatura, a veces con guion original, como es el caso del de Tom Schulman para El club de los poetas muertos, de Peter Weir. El resultado, el profesor de literatura más celebre de la historia del cine, el imborrable señor Keating, interpretado magistralmente por un Robín Williams en estado de gracia. De alguna manera, su clase de literatura era un oasis dentro del estricto mundo de la educación.