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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«La cámara verde», de Martine Desjardins

Cada cierto tiempo le nace a la literatura canadiense un nombre propio, un escritor notable, capaz de agitar el árbol de la narrativa local con una fuerza inesperada. El caso de Martine Desjardins apunta en esta dirección.

Cada cierto tiempo le nace a la literatura canadiense un nombre propio, un escritor notable, capaz de agitar el árbol de la narrativa local con una fuerza inesperada. El caso de Martine Desjardins apunta en esta dirección.

No resulta fácil contar en pocos párrafos de qué trata un libro como éste, en el que Desjardins aborda algo parecido a una saga familiar desde su costado más sorprendente. ¿Novela gótica? ¿Folletín con un toque de azufre? ¿Comedia negra, a medio camino entre el humor británico y Delicatessen (1991), de Jean-Pierre Jeunet? Las etiquetas son útiles, pero como los lectores podrán comprobar, se quedan cortas.

Aunque los protagonistas podrían nacer en fechas aleatorias (en realidad, uno se los imagina habitando en una novela victoriana), el hecho es que, a su manera, definen la clase media y alta de Montreal durante la primera mitad del siglo XX (en concreto, se nos avisa de que la acción transcurre entre 1913 y 1963).

Se presta la identidad del principal narrador ‒la propia vivienda en la que habitan los personajes‒ a otras consideraciones interesantes. Como sucedía en La casa (1954), de Manuel Mujica Láinez, la idea de una residencia contándonos lo que ocurrió en sus estancias brinda una dimensión fantástica a una travesía densa y cuajada de acontecimientos.

Antes mencioné la etapa histórica que abarca el libro. En este caso, la perpetuación de la memoria no tiene que ver con letras cinceladas en mármol o con estampas solemnes. Muy al contrario. La cámara verde es una novela divertida, sutil, juguetona, insólita… un libro sobre la avaricia, en cuyas páginas germina la excentricidad, al tiempo que, en un segundo plano, se dibuja el desarrollo del moderno Quebec.

El elenco de personajes me parece inolvidable. Pensemos, por ejemplo, en Louis-Dollard Delorme, señor de la casa y gran maestre de un estrafalario culto capitalista («Dólar nuestro tan apreciado, / abónense tus fondos, / lléguennos tus ahorros, / háganse tus depósitos en el Tesoro como en los libros»), en su mujer, Estelle Monet, en su hijo Vincent o en las hermanas Delorme: Mórula, Glástula y Bástula. Eso por no hablar de la joven Penny Sterling, que llega a la hogar de los Delorme con el destino de zarandear los cimientos familiares.

Martine Desjardins administra el humor y la fatalidad con admirable equilibrio, y gracias a su buen oficio, esta insólita narración se convierte en un retrato de costumbres y personajes tan incandescentes como el filamento de una bombilla.

Guzmán Urrero