Desde la primera página la lectura nos atrapa y nos conmueve. La prosa es bella y el ritmo de la narración ágil, con un suspense adictivo. Seis años has transcurrido desde que terminara la guerra, y un farmacéutico en el último tramo de su vida le confiesa a Walter Proska lo abrumado que se siente por los recuerdos de la guerra y qué hace él para poder sobrevivir con ellos. Sin apenas darnos cuenta, de repente, nos sumergimos en los estertores de una guerra, el horror, donde Proska y sus compañeros de armas hacen todo lo posible por no morir asesinados en el bosque por unos partisanos polacos que le superan en número y motivación. El joven soldado alemán protagonista de esta novela, Walter Proska, afronta el dilema de matar o morir en una guerra que él mismo odia como la peste, y llega a la conclusión de que si no es capaz de matar o dejarse matar, debe volver a su casa.
¿Lenz acaso no utilizó al soldado Proska para expiarse, para dejar testimonio de sus propios pensamientos? El soldado Proska es consciente de que su deber como alemán es el de servir a la Patria, obedecer las órdenes de sus superiores, de que el oficio del soldado es el de matar y en último extremo el de morir, pero a la vez también es consciente de lo absurdo que resulta pudrirse en una ciénaga rodeado de perdición y de decadencia, de lo absurdo que es seguir las órdenes de un superior borracho, incompetente e inhumano…
En esta obra maestra se vislumbra, en un tono sepia, apagado y triste, el debate sobre el deber, la conciencia y la culpa, que surgió tras el nazismo en Alemania.
JESÚS CUENCA TORRES