Uno de los ocho relatos que componían aquel libro narraba la historia de unos motoristas que acosaban a una pareja por las carreteras de Estados Unidos; otro explicaba cómo un hombre debe comerse una tarántula para saldar sus problemas económicos. Son solo dos muestras de cómo los planteamientos escenográficos de los relatos de Bilbao son, sin duda, la médula de los mismos. En ellos se despliegan una serie de personajes fascinantes de los que el autor extrae detalles mínimos que estira y ensancha hasta crear universos completos y autosuficientes.
El nuevo libro de Jon Bilbao -editado también por Impedimentatiene como sugerente título El silencio y los crujidos. Tríptico de la soledad y comienza con unos versos de John Milton que enmarcan perfectamente una narración que se bifurca en tres partes: Columna, Tepuy y Torre. La primera frase del libro puede leerse como una suerte de zoom narrativo, un primer plano preciso que abona la idea del gusto por el detalle, del elogio de lo mínimo: «La hormiga trepó a la cima de la columna. Orientó el cuerpo en una dirección, luego en otra, decidiendo por dónde empezar la búsqueda de comida.( … ) En el centro, de rodillas, meditaba Juan».
Ese Juan no es otro que un estilita, es decir, uno de aquellos monjes cristianos solitarios que vivían en el Medio Oriente durante el siglo V y tenían la peculiaridad de que su vida de oración y penitencia sucedía encima de una plataforma ubicada en la cúspide de una columna. Allí podían permanecer durante muchos años e incluso hasta la muerte. Aquí se narra la experiencia reflexiva de un hombre que invoca a Dios constantemente en su búsqueda de la verdad y en su soledad extrema. En esta parte, haciendo alusión al título del libro, se oyen todo tipo de sonidos: gruñidos de cerdos, aleteos, gorjeos, zumbidos o restallidos de látigos. Hay una gama animal que va desde el minúsculo insecto que vertebra toda la narración hasta el enorme elefante que se le aparece al estilita en mitad del relato.