cabecera 1080x140

Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Como La solterona tiene una extensión de 128 páginas, más un interesante postfacio, en el que la traductora ofrece al lector su visión sobre la novela y la película basada en el título homónimo, a la hora de contar las impresiones que causaron en mí su lectura, es mejor no adelantar nada de lo que sucede a lo largo de los once capítulos en los que está estructurada, agrupados en dos partes, y relatados por un narrador omnisciente. En mi modesta opinión, entiendo que con la sinopsis que ofrece la editorial es suficiente para que el lector se interese por el desarrollo de la trama y que acostumbre a leer este tipo de novelas, ya que la la temática principal que trata la novela, reflejada en el título, la resuelve la autora de una forma magistral. Pese a que es un tema un tanto desfasado en nuestros días, el lector estará de acuerdo en que Edith Wharton adoptó la postura que se tendría hoy día a la hora de afrontarlo, haciendo que el problema que se les presenta a las dos protagonistas indiscutibles, se le busque una solución de puertas adentro, una vez que Charlotte Lovell descubrió a su prima Delia Ralston el secreto que tan celosamente guardaba, porque era inminente su enlace con Joe Ralston. Un secreto que cambiará la relación entre ambas, como lo podrá comprobar el lector a medida que avanzan los capítulos. De esta forma, los personajes también podrán manifestar sus pasiones, sentimientos y emociones, lo que no estaba muy bien visto que se mostraran en público ante los miembros de la alta sociedad neoyorquina de la época.

En la biografía de la autora, se dice que Edith Wharton era una gran amiga de Henry James, y asidua lectora de sus publicaciones, y también se hace referencia a que fue diseñadora. Mientras me deleitaba con su lectura, me acordaba precisamente de una de las novelas que leí del mencionado escritor neoyorquino, Los papeles de Aspern. Y es que, al igual que en la novela de Henry James, la psicología de los personajes tiene un gran peso en la trama, en la que el lector comprobará cómo los gestos, las miradas o las reflexiones ayudan a comprender mejor a las dos personajes principales que acaparan nuestra atención. Si el lector leyó la novela mencionada, comprobará también que son muy pocos los personajes que desfilaban ante nosotros, pues son dos los personajes que llevan el peso de la trama, y el resto de los que aparecen en escena lo hacen de una forma muy esporádica; aunque alguno de ellos, como el doctor Lanskell, que influirá en las decisiones que adopte Delia Ralston; Clement Spender, de quien el lector tendrá cumplida información por las dos protagonistas de la novela; o Jim Ralston, su marido. Su faceta de diseñadora la podrá comprobar el lector a lo largo de los diversos episodios, porque se podrá imaginarse perfectamente los ropajes que visten los personajes, al igual que podrá hacerse a la idea de cómo son los elementos que decoran la casa en la que viven; son unas descripciones detallistas pero no recargadas, con las que el lector logrará imaginarse perfectamente cada uno de esos elementos que nos irá mostrando el narrador a lo largo de los capítulos.
La solterona es una novela en la que el lector disfrutará de unos magníficos cuadros costumbristas, en los que Edith Wharton muestra estampas de la sociedad de la época, pese a que, sin embargo, la gran mayoría de las escenas se desarrollan en espacios cerrados. A través de los relatos de los personajes tendremos una clara idea de cómo era la vida de quienes formaban parte de la alta sociedad neoyorquina de aquel entonces. Sin duda alguna, el lector que acostumbre a leer novelas ambientadas en la época victoriana, verá en La solterona un ciertas similitudes con estas, porque les serán familiares los eventos sociales que se mencionan a lo largo de los episodios, así como el día a día de quienes viven en Gramercy Park, la zona de Nueva York en la que residían los personajes principales de esta novela. Sin duda alguna, Edith Warthon consigue trasladar al lector a la época en la que se desarrolla la trama y conseguir el efecto de que se sienta un personaje más de la novela, porque el desarrollo de los episodios hacen que se implique en lo que sucede en cada uno de ellos.

Junto con la magnífica ambientación, el lector disfrutará de unos personajes construidos con maestría por Edith Wharton. Delia Ralston y Charlotte Lovell son unos personajes carismáticos, muy vivos, en los que la escritora neoyorquina refleja perfectamente el conocimiento que tiene sobre el papel que la mujer de aquella época desempeñaba en la sociedad. El lector comprobará la evolución que se va produciendo en ambas a lo largo de los capítulos, y cómo su antagonismo se hará cada vez más palpable, por lo que la tensión narrativa provocará que entre ellas se produzcan verdaderas descargas eléctricas. No tienen desperdicio alguno los diálogos cruzados entre ambas, en los que cada una de ellas defendía a capa y espada sus intereses, en cuyo centro se encontraba el tercer personaje que será la causa de esas disputas verbales: Tina Lovell, quien tendrá una presencia más pasiva que activa, porque aparecerá en escena en escena en contadas ocasiones.

La solterona muestra la destreza narrativa de Edith Wharton, y cómo el hecho de formar parte de la alta sociedad neoyorquina sirve para que ofrezca al lector una visión certera de la época, con unan gran carga de crítica social al estamento al que pertenecía la autora, convirtiéndose sus novelas prácticamente en una crónica social del momento, cargada de ironía, y en la que aprovecha las situaciones que aborda para criticar a esa sociedad a la que pertenecía. Es una novela corta que se lee con deleite, cuya magnífica traducción ayuda a disfrutar de la trama.