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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«El prado de Rosinka»

Pausewang escribió con pasión sobre la utopía de conseguir la libertad a través de vivir una vida alternativa: vivir en harmonía con la naturaleza.

Gudrun Pausewang nació en una zona fronteriza entre Alemania y Checoslovaquia, en los Sudetes, en 1928. Tenía cinco años cuando Hitler empezó a ostentar el poder. Su ambiente familiar modesto no le impidió moverse para tener una formación pedagógica. Desde 1948 hasta 1955 estudió en el Instituto Pedagógico de Weilburg. Die Wolke, 1987, premiada con el Premio de Literatura Alemana de la Juventud en 1988, plantea una variedad de temas literarios y políticos relacionados con el potencial destructor de las centrales nucleares comerciales.
En 1964 hace una visita a Rosinkawiese; dicho paisaje le inspira para escribir, años más tarde, su experiencia vital –una trilogía autobiográfica– en aquel paraje ideal e idealizado. El prado de Rosinka, publicada por Impedimenta, en una traducción estilizada de Consuelo Rubio Alcover, trata la época de la vida de la escritora durante la cual pone de relieve su incontestable amor por la naturaleza. Nunca dejó de denunciar las numerosas injusticias que suponen la destrucción ambiental.
Pausewang escribió con pasión sobre la utopía de conseguir la libertad a través de vivir una vida alternativa: vivir en harmonía con la naturaleza.
El prado de Rosinka recoge la relación epistolar sosegada y sin querer convencer, entre Elfriede, la madre de Gudrun, y el joven Michael, su sobrino, que quiere también vivir en contacto con la naturaleza y le pide consejo.
La madre de Gudrun, la autora del libro, le cuenta cómo vivió, a principios de los años veinte, junto a su marido y sus seis hijos, de forma ejemplar y conforme a sus principios. Una vida familiar que siempre combinó el trabajo duro de la tierra –luchar contra las inclemencias del tiempo no es nada fácil– con el goce de la lectura y la escritura. En resumen, su decisión fue vivir del propio esfuerzo manteniendo vivas las capacidades físicas y mentales.
Antes de emprender esta aventura familiar –y fue decisivo–, Elfried formó parte del movimiento de los Wandervogel, un montón de jóvenes idealistas que vivieron, a nivel personal, un pequeña revolución «basada en la cooperación entre adultos y niños, tanto en el tiempo libre como en el trabajo».
Después de leer el libro, uno se siente maravillado por la narración literaria y por la reflexión sosegada y agradecida que la autora siente por la naturaleza, a pesar de las enormes dificultades y calamidades que esto comporta. Ni una pizca de resentimiento.

Núria Serra