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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

El Estigma de la ubicación

Impedimenta continúa su empresa consagrada a Penelope Fitzgerald con una de sus cimas literarias, «A la deriva», pieza de orfebrería sobre la condición humana ligada al desarraigo.

El reencuentro de Nenna James con su esposo se salda con esta sentencia que pronuncia él a modo de despedida: «No eres una mujer». Ella, canadiense perdida en Londres, vive a bordo de una barcaza ruinosa anclada en el Támesis con sus dos hijas. Él abandonó el hogar familiar dado que esa plataforma en descomposición, donde anidan las ratas y sin espacio en su interior para una vida normal, puede ser cualquier cosa menos un hogar. Nenna, sin embargo, se resiste a dejar atrás este pedazo del mundo porque es el único pedazo que alguna vez ha llegado a considerar suyo. En la advertencia que hace el esposo herido hay, eso sí, un poso de verdad que la convierte más en un diagnóstico que en una expresión de desprecio: tanto Nenna como la mayor parte de sus vecinos son criaturas desarraigadas, que habitan el hueco que nadie quiere habitar, que se han amarrado al desastre que terminará en el fondo del río sabedoras de que correrán la misma suerte. En sentido estricto no son mujeres, no son hombres. O no son lo que cabría esperar de mujeres y hombres. Resisten obstinados en proteger cierta ascua de (presunta) libertad que el resto de la humanidad dio por enfriada hace ya mucho. Han perdido la batalla, pero ellos son la derrota.

Si alguien ha transitado con fortuna este territorio desde la creación literaria es la escritora británica Penelope Fitzgerald (Lincoln, 1916 – Londres, 2000), que continúa acaparando no poca atención entre los lectores españoles tras el éxito de la adaptación cinematográfica de La librería que firmó el año pasado Isabel Coixet. Ahora, el sello Impedimenta continúa su empresa consagrada a Fitzgerald (mientras, de paso, siguen cayendo reediciones de La librería) con A la deriva, la novela en la que la autora narra la historia de Nenna James como trasunto de su propia experiencia vital. Se trata, además, de una de las cimas de la producción de Fitzgerald y a la vez uno de sus títulos más populares: con este libro ganó el Booker Prize en 1979 y vio confirmada su posición de escritora respetada, a los 63 inviernos y sólo un año después de la publicación de La librería. Ciertamente, A la deriva contiene de manera cristalina e ilustrativa la razón poética (valga el término zambraniano) que define a nuestra mujer como escritora única, de una estética propia y, sobre todo, dueña de una mirada reveladora a la condición humana y sus servidumbres, tan cargada de caridad (sí, Fitzgerald dispara desde el corazón sin ceder un ápice al sentimentalismo, ventaja adquirida, seguramente, en virtud de una escritura de asunción tan tardía como la suya) como de intención y exigencia. Las protagonistas de su obra andan fuera de sitio, o del sitio previsible, y esto las convierte en arquetipos (no por ellos menos humanos; seguramente al contrario) sin centro, casi en relación con aquella otra idea orteguiana de la desubicación de la humanidad en el hombre particular. Pone Fitzgerald sobre la mesa, y sin medias tintas, el problema de la libertad en cuanto a que su asimilación alumbra existencias desencajadas. La ubicación libremente escogida se convierte para estas mujeres (y para no pocos de los hombres de Fitzgerald) en un estigma. La consecuencia, a menudo, entraña una adscripción estoica: la negativa a rechazar el lugar propio desde el que el mundo tiene sentido (o en el que cabe esperar un sentido) hace visible en el horizonte el final de este mundo. Y, sin embargo, el fin se acepta sin visos de tragedia. Todo esto late de manera inmediata en A la deriva, y por ello tal vez es ésta la novela más recomendable para iniciarse en el cosmos literario de Penelope Fitzgerald, quien, no obstante, nunca abandonó esta querencia redentora; ni siquiera en narraciones más barrocas como La puerta de los ángeles y La flor azul.

Para encarnar el estigma, traza la autora en A la deriva un admirable mapa de existencias tejido a la manera del orfebre, con una portentosa atención puesta en los detalles sin el mínimo aspaviento, exenta de imposturas. Junto a Nenna James, la novela presenta a otros personajes anclados en el Támesis que hacen gala de una poderosa capacidad de empatía en su desarraigo, como Richard, cuya mujer también prefiere vivir en otra parte; Willis, el artista fracasado que tras haber caído en la cuenta intenta desprenderse de su barco aunque ya sabe que es demasiado tarde; o el genial Maurice, verdadero profeta del estoicismo, noctámbulo siempre presto a la conversación que reacciona con impávido gesto cuando encuentra la cubierta de su nave llena de objetos robados. Más redonda es si cabe la construcción de las hijas de Nenna y el leve matiz que basta a Fitzgerald para explorar la hondura de sus emociones: cuando, tras la llegada imprevista de un curioso personaje adoptado a su pesar por la protagonista, éste interroga a la hija mayor sobre sus gustos musicales y cita a compositores como Mahler y Bruckner, la adolescente primeriza responde: «Demasiados sentimientos». Qué sueño el de vaciarse al fin y no ser.

PABLO BUJALANCE