Muchos pueden considerar Solenoide como una experiencia de lectura ardua, incluso imposible. Imagino que gran parte de esta impresión es consecuencia de los cambios en los hábitos de lectura. De un tiempo a esta parte, los lectores se han acostumbrado a novelas breves, que se devoran en lo que dura una pausa, tan pronto leídas como olvidadas. Recuerdo que Roberto Bolaño hace decir a uno de sus personajes algo así como que ni siquiera los lectores ilustrados quieren saber nada de los combates de verdad (o las novelas largas), en donde los grandes maestros luchan contra aquello que nos atemoriza a todos, y hay sangre, heridas mortales y fetidez. Como si quisiera darle la contra a esa melancólica conclusión, el rumano Mircea Cartarescu publicó una novela que es un caudaloso río de palabras, así como también un relato desgarrado de un tiempo pasado, el testimonio memorioso de un país y una ciudad muy reales de tan ficticios (y viceversa). Definitivamente, Solenoide es la gran obra de madurez de Mircea Cartarescu. De manera retrospectiva reconocemos en esta novela muchas de las temáticas y estilos de sus relatos y libros precedentes. Pienso, en particular, en El ojo castaño de nuestro amor, libro de relatos autobiográficos que parece prefigurar mucho del vértigo, los excesos y la poesía de Solenoide. Lo mismo que en El ojo castaño de nuestro amor, nos encontramos con un narrador en primera persona que da cuenta de sus días en una ciudad como Bucarest donde se pierde en sus calles, detrás de algo que ya no encuentra a fuerza de tanto buscar. Los desplazamientos por la ciudad tienen como correlato los vaivenes de la memoria desde el presente en el que adquiere la casa que le da título al volumen, hasta la infancia, donde pierde a su hermano gemelo en circunstancias extrañas. Todo ese marco temporal se llena con anécdotas, sucesos y reflexiones de todo tipo. Si bien pueden dar la impresión de estar reunidos de manera caprichosa, no es el caso pues la memoria que reconstituye el recuerdo, mediante la palabra, es la misma que le entrega a este una verdad literaria. Resulta muy curioso encontrarse con una novela como Solenoide en un momento como el actual, contaminado por las redes sociales, el exhibicionismo, la vanidad más espuria. Si bien juega con las modalidades de lo autobiográfico —se presenta, para empezar, como un diario— no lo hace para contrabandear, bajo forma “literaria”, un relato egocéntrico como los que abundan estos últimos tiempos. Lo que de verdad importa a Cartarescu —de ahí su originalidad de clásico— es la necesidad que tiene de acudir a la literatura para restituir una realidad perdida, como si la ficción fuese el único prisma a través del cual proyectar las palabras. Una vez que estas lo han atravesado, paradójica, aunque reveladoramente, se desprenden de su locutor para alcanzar una trascendencia singular, que interpela a cada lector, no tanto por cuánto puede identificarse con ella, como por el extrañamiento en lo cotidiano que se ha operado. Otro asunto de enorme interés en Mircea Cartarescu es la forma en que su ficción manifiesta la lectura atenta de la literatura latinoamericana. ¿No podemos concebir su Solenoide como un holograma rumano, grotesco y ridículo del Aleph de Borges? Por otro lado, la manera en que delinea la ciudad de Bucarest, espacio de onirismo pesadillesco, cuando no de encuentros rocambolescos, me recuerda a la Buenos Aires de Sábato. Solenoide es, sin dudarlo, uno de los primeros clásicos del siglo XXI.
FÉLIX TERRONES