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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Consoladoras falsificaciones de Mircea Cărtărescu

La obsesión literaria mora en todos los lugares del paisaje narrativo de «Solenoide» (2015; Editorial Impedimenta, 2017), la última novela de Mircea Cărtărescu (Bucarest, 1956)

La adulteración forma parte de este juego: nada queda al margen, ni siquiera la fidelidad, no, por supuesto, las convenciones sociales, ni siquiera las más profundas. Los personajes de esta novela son fieles a las concepciones de sí mismos, nociones fijas que casi nunca comparten con los que les rodean. Diríase que lo más importante para ellos no es revelar, sino callar. Que forman parte de un artefacto ficticio que no se preocupa de la ficción, sino de la vida: «Me acurrucaba en la cama [escribe el protagonista] y deseaba la muerte (…) Mi cama se convertía entonces en un yacimiento arqueológico, en el que, amarillos y porosos, en la posición imposible de un ser aplastado, yacían los huesos de un animal desaparecido».

Todo lo que la mente consciente no puede comprender acecha al desventurado alter ego del autor de estas páginas, mientras sus precarias fantasías de control quedan expuestas a los delirios de «la historia de mi vida (…) la historia de un ser anónimo (…) La escribo no para leerla yo, su único lector (…) tampoco para pasar unas horas olvidado de mí mismo, sino para leerla al mismo tiempo que la escribo y para intentar comprender». La obsesión literaria, en definitiva, mora en todos los lugares del paisaje narrativo de la novela Solenoide (2015; Editorial Impedimenta, 2017. Traducción de Marian Ochoa de Eribe): sus avatares están tan obsesionados con la literatura como con la pureza.

La más reciente narración de Mircea Cărtărescu (Bucarest, 1956) no es un mero ejercicio cerebral traducido en un compendio filosófico, de índole moral, ética y estética, aunque dichas ideas moldean una prosa recorrida por las oscuras energías de lo oculto, representadas en formas diversas: Eros, el inconsciente, lo reprimido, lo monstruoso, lo sobrenatural, lo libidinoso. El autocomplaciente centro de irradiación de Solenoide es un autor fracasado, un egoísta que solo encuentra realización entre las páginas de su diario, donde puede ejercer su voluntad sobre los que le rodean, una suerte de Próspero que abjurara de su vida de poder y magia. Se nos revela gradualmente que las añagazas del discurso, sin embargo, sólo tienen efecto sobre sí mismo: «No había montado nunca en bicicleta (…) Mantenerte sobre esas dos ruedas de radios brillantes me parecía una especie de ejercicio de levitación, un truco, algo imposible para una persona normal y corriente como yo».

Retirado a una casa en los arrabales, bajo la cual hay enterrada una máquina inaudita (un solenoide), el hechicero se dedica a escribir sus memorias. Insiste en su necesidad de soledad, pero decide, con característica sobriedad, convocar a una suerte de amante («Acariciaba con ternura la piel de la amiga que estaba a mi lado, como si pasara los dedos por las páginas aterciopeladas, satinadas, de un cuaderno recién comprado»). Sometido al campo magnético del aparato eléctrico, enloquecido por su aislamiento, el dietario convoca la ira, la misoginia y los celos que alimentan su autoabsorción.

Verdad no es lo mismo que verosimilitud, subraya Cărtărescu, una y otra vez: «Vivo en mi cráneo, mi mundo se extiende entre sus paredes porosas y amarillentas y consta, casi en su totalidad, de un Bucarest que flota en él excavado en los templos tallados en roca rosada de Petra». La adoración profesada pronto se convierte en ira: lo que amamantamos no es la devoción, sostiene el rumano, sino el rencor, enrollado en espiral sobre el armazón cilíndrico del texto. La decisión de encerrarnos es un error estratégico, no una transgresión moral. Nuestro solipsismo se universaliza a base de ser relatado. La pregunta que el poeta, prosista y crítico deja en el aire es la de si alguna vez tiene lugar la epifanía que nos redime, si logramos encontrar la salida.

De forma reveladora, su memoria se convierte en la novela que tenemos entre manos: lo que creemos saber es conjetura, «hilo de colores, en un vasto tapiz (…) un modelo, un adorno en el lienzo de la existencia, unidos a él con millones de hilillos». Nos refugiamos en una fantasía de control que es puro pensamiento: «Nosotros tejíamos la realidad, nosotros éramos la realidad. Y fuera de nosotros no había nada en absoluto». La imagen cerebral del filósofo-autor es subvertida por la exhaustividad erótica de su comportamiento, antes del trágico desenlace, que la destruye en la misma fuente de su poder. Hay algo mítico en ese destino, una terrible poesía negra que podría pertenecer casi a cualquiera de las narraciones de su autor.

Aunque Cărtărescu se niega sistemáticamente a que el resultado explore sus preocupaciones estéticas, el proyecto de obligar a sus imperfectos protagonistas a ver más allá de su propio egoísmo define esta saga narrada por un egocéntrico de clase media con aspiraciones de dominio estético. Fastidioso y complaciente, menos sabio y menos amable de lo que le gusta pensarse, encuentra su vida sumida en la confusión por su incapacidad de reconocer y complacer los deseos de quienes le rodean. Estos anhelos son siempre en parte, pero nunca del todo, turbios: también suponen una voluntad de dominación.

«Agito en el puño, como los jugadores de dados, mis ridículos vestigios: los dientecillos de leche que crecieron en mis encías en otra época, los trozos momificados del cordel de mi ombligo. Los arrojo sobre la mesa e intento adivinar mi futuro a partir de la configuración aleatoria, como la de las constelaciones (…) que no se volverán a repetir jamás». Se interesa el autor de El Ruletista (2010) por las consecuencias morales de los actos de su doppelgänger. Su sentido de la sátira social y psicológica informa una historia de muerte y anulación social. Su prolijo realismo es, sin embargo, ajeno a la sensación de ridículo, lo que se traduce en el puro placer de contar la historia desde el punto de vista de un casuista inmoral.

Atrapada entre la realidad y el deseo, Solenoide transforma el monstruo informe que es toda narración en un experimento posmoderno pleno de artificios controlados: «Con estas naderías heterotrópicas y absurdas, con estas piezas de puzle, los objetos más inútiles sobre la faz de la tierra, me presentaré en el juicio». Las opiniones de los interlocutores, al igual que las fuerzas de contingencia que los golpean, son el diseño implacable de su hacedor, que engendra despiadadas comedias costumbristas. En torno a su intrincada trama, satélites y órbitas morales, una responsabilidad y una culpabilidad de índole ética y erótica.

Los experimentos metaficticios del autor de Lulu (2011) fusionan lo místico con lo consuetudinario, produciendo un realismo mágico muy rumano que confluye en ese punto de fuga donde se encuentran la novela decimonónica, el mito y la fábula. Para el bucarestino, la forma artística es una tentación y una compensación, un remedio, en cualquier caso, para el desorden contingente de la vida, pero también una falsificación consoladora. Su obra nos enseña a seguir reconociendo nuestra individualidad, su misterio e irreductibilidad, tanto como a apreciar la moralidad inherente a tal esfuerzo. Todas sus novelas exploran la competencia entre el amor y el arte como conductos para la verdad, y las formas en que la contingencia lucha contra la forma.

¿Podemos canjear la imaginación? ¿Y los afectos? ¿No estaremos confundiendo nuestros malentendidos con la idea de metafísica? La contingencia es aterradora, como todos los personajes de Solenoide saben. Caprichosa, impredecible; pero es en los peligros de lo fortuito que nuestra vida se revela. El deseo también es contingente, impredecible, peligroso. Aunque Cărtărescu analiza la gramática y rastrea sus límites, nunca deja de creer en su fuerza moral o en el potencial espiritual de la literatura. Si la ficción es imposible, también lo es el amor. La única opción moral posible es continuar queriendo (o escribiendo), sabiendo que ambas cosas son mentira.

José De María Romero Barea