La publicación en el año 2009 de los cuentos de Mavis Gallant por parte de la editorial Lumen no sólo reveló a los lectores el hecho de que en Canadá había literatura más allá (y antes) de Alice Munro y Margaret Atwood. Sirvió para mostrar la obra de una de las más grandes escritoras de relatos del pasado siglo. Como muchos maestros del género (y aquel generoso volumen evocaba las sombras tutelares y soberanas de Chéjov y Mansfield), Gallant era sarcástica en la seriedad, sutil en la explicitud y divertida en los funerales. Su discurso, variado y proteico, se nutría del inagotable colorido que ofrece la aventura humana. La literatura de Gallant aparecía como una antológica paleta, ajena a la tentación de caer en el maniqueísmo de los tipos puros, y sus personajes extravagantes, dueños de una singularidad que emanaba del hecho no por común menos extraordinario que significa amar, sufrir y morir, se convertían en cercanos, casi familiares, gracias a un virtuosismo que le entregaba al lector un instante de perpleja e impagable gratitud, ese que consiste en abandonar la lectura de un libro sintiéndose más inteligente de lo que se era al entrar en él.
Pero el talento de Mavis Gallant no se agota en sus relatos. Agua verde, cielo verde, su primera novela, aparecida en 1959, es tan notable como cualquiera de sus grandes cuentos, caso de «El otro París», «El rezagado», «Paz, duradera paz», «Nochevieja» o esa pieza imperial que es «Sin remisión ». De nuevo Europa, la vieja, exhausta, entrañable Europa, es el mapa que alimenta la ficción de una escritora cuya vida, mayormente, transcurrió en ese continente que llegó a conocer mejor que su tierra de origen. Y otra vez los hilos familiares, el patetismo de la sangre y de la herencia, es el argumento que articula un drama en torno a una madre, una hija y los satélites que se desplazan en su órbita por escenarios convertidos en epítome del cosmopolitismo como Venecia, Cannes o París.
Agua verde, cielo verde es la novela de una caída, la de Florence McCarthy, quien tras el divorcio de su madre abandona América para embarcarse en una vida transatlántica y agotadora, peripecia que la conducirá, primero, a la rabia, más tarde al deseo de venganza y, por fin, al trastorno. Adolescente airada, joven absurda y mujer desgraciada, Florence fatiga las escalas de la edad para marchitarse en pleno esplendor biológico. Los espectadores de este fracaso, su madre, su esposo y su primo, conforman el triángulo que Gallant convierte en público de una conciencia sin asideros, devastada por una pena tan profunda como indefinible. El magisterio de la novelista consiste en transformar la crónica mil veces reiterada de una caída en un delicado estudio a propósito de una vida secuestrada por el azar y las decisiones ajenas. Así, cuatro décadas después de su muerte, Henry James hallaba en Mavis Gallant una discípula aventajada en narrar el asunto último de su arte: la nostalgia mortal de los expatriados.