Hace ya unos años que -cada vez que escucho a alguien suspirar extático un «Alice Munro»- yo, reflejo y automático pero muy consciente de lo que hago, contraataco con un «Mavis Gallant». Diré, en mi defensa que -en más de una entrevista- lo mismo le sucede a una tal Alice Munro: cada vez que alaban su maestría, ella no puede sino lanzar con orgullo un «Mavis Gallant» como reconocimiento a aquella de la que aprendió casi todo. Lo que habla bien de Munro, claro. Pero no es la única: cuando los relatos de Mavis Gallant (Montreal, 1922-París, 2014) fueron reeditados por la rescatadora y enaltecedora editorial de la NRYB, prologuistas del calibre de Michael Ondaatje, Jhumpa Lahiri, Peter Orner y Russell Banks se repartieron el placer y el privilegio de re/presentarla. Antes, Margaret Atwood y John Updike y Joy Williams ya se habían reconocido como fans. Y en su momento la crítica no dudó en acercarla a George Eliot, Anton Chejov, Henry James.
De nuevo las comparaciones son odiosas y pertinentes: Gallant y Munro son ambas canadienses y perfeccionaron hasta extremos casi indecentes la práctica del cuento desde las páginas del semanario The New Yorker (donde Gallant llegó a publicar 116 de ellos); pero cabría apuntar que el universo de Gallant es más amplio y variado. Y que es superior a Munro a la hora de conseguir ese prodigio espacio-temporal de que toda una novela quepa dentro de un relato. Impedimenta ofrece una de las únicas dos novelas que escribió Gallant. E invierten un tanto la ecuación: aquí se trata de la expansión de momentos que acaban definiendo vidas enteras. Una y otra son inequívocamente gal/antes: sutiles a la vez que feroces, tristes pero con humor. Pero, también, son muy diferentes. La segunda de ellas –A Fairly Good Time, de 1970- tiene algo de frenética comedy of manners. La primera, Agua verde, cielo verde (1959) es desoladora y, por momentos, bordea la pesadilla. Y su entramado es clásico y siempre funciona: una madre divorciada, Bonnie McCarthy, huyendo de sí misma y arrastrando en su fuga a su hija adolescente Florence «Flor» por los paradisíacos paisajes de Venecia y Cannes y París súbita e íntimamente diabólicos. Quien, en principio, parecía una de aquellas belles de Scott Fitzgerald perdida en la suavidad de noches ásperas, de pronto se asemeja demasiado a una de esas disfuncionales antiheroínas de Jean Rhys o de Patricia Highsmith.
Agua verde, cielo verde comienza psicologista y concluye psicótica y con buena parte de sus personajes optando por olvidar lo que debería ser inolvida ble para así poder mantenerse a flote. Aunque se sepan ahogados desde hace ya tanto tiempo y, tal vez, pensando en que en el pueblo chico de Alice Munro las cosas qui-zás sean igual de complicadas pero no tan raras como en el infierno grande de la alguna vez fresca y ahora marchita Flor.