En los relatos de la maestra del género que fue Gallant, la vida es sinónimo de huída e inseguridad; un juego malévolo y desconcertante que pocas veces se gana. Esta delicada novela se sostiene con la ausencia de un padre (la escritora perdió al suyo de forma prematura), y la terrible dependencia entre Bownie McCarthy, una mujer divorciada sin brújula ni raíces, y su hija Florence, la adolescente algo desequilibrada e imprevisible que la sigue allá donde va.
Juntas vagan por Europa a mediados del siglo XX, sin un hogar al que anclarse, ni amistades duraderas. Paris, Cannes, Venecia…Gallant también dejó atrás su país y aparcó el periodismo para dedicarse en cuerpo y alma a la ficción en el viejo continente. Pasó algunas temporadas en España hasta que estableció su residencia definitiva en Francia.
Si tiramos de un extremo del ovillo, emerge lo que imaginamos: la infancia de Gallant. Fueron años difíciles en diecisiete internados después de que su madre la abandonara siendo una niña.
Su experiencia quizás inspire el desarraigo de sus personajes. Seres raros, oscuros y casi siempre al borde de la pesadilla. La joven Florence se queda un verano enclaustrada en casa, con el corazón en penumbra, desorientada y sola, buscando desesperadamente su caja de somníferos. “La ciudad había perecido y todos sus habitantes estaban muertos o lejos de allí. Encaramado a una ventana había un geranio rojo, el único color de esa calle gris. Había florecido abandonado en su cornisa”.
Gallant solo escribió dos novelas, Agua verde, cielo verde y A Fairly Good Time. En 1951, The New Yorker publicó «Madeleine’s Birthday», el primero de un centenar de relatos espléndidos que han impresionado a admiradoras declaradas como Alice Munro o Margaret Atwood.
Bownie resume en una frase lo que sienten madre e hija. “Pensaba en la mujer que habría sido si no le hubieran destrozado la vida”. Ser madre no te convierte en mejor persona y puede ser el comienzo de la derrota más triste.