La librería, novela de Penélope Fitzgerald, cuenta la historia de Florence Green, una mujer valiente y decidida que en 1959 decide abrir una librería en un pequeño pueblo costero de Inglaterra. No parece una decisión demasiado sensata, pero la literatura es cualquier cosa menos sensatez. Y este libro es todo un homenaje a la enorme locura de los libros.
«Un buen libro es la preciosa savia del alma de un maestro, embalsamada y atesorada intencionadamente para una vida más allá de la vida».
Desde el principio, Florence se encontrará con la oposición de la aristocracia local, liderada por una despiadada mujer, Violet Gamart. Frente a la cortés, pero implacable, guerra fría contra la única librería que ha tenido el pueblo, Florence contará con la ayuda de una niña de diez años y con la complicidad del peculiar Señor Brundish, un distinguido lugareño que vive aislado y fuera de los dictados de su grupo social.
Florence está viuda, ya no es demasiado joven y sospecha que esta aventura será su última oportunidad para vivir, vivir de verdad. La lucha de Florence nos transmitirá la idea de que son nuestras ilusiones y lo que decidimos llevar a cabo lo que conforma el mapa de una existencia jugosa; la que recordaremos al final de todo.
Además de una maravillosa protagonista, Penélope ha construido a la perfección una serie de personajes secundarios inolvidables, complejos y contradictorios. Cuánta satisfacción supone para los lectores que el autor nos permita dar forma a los personajes mediante la relación que tienen con los demás, mediante sus reacciones a lo largo de la historia.
Yo me he sumergido en la historia: he leído y olido los libros que Florence llevó de Londres. He tomado el té con el señor Brundish y mi corazón se ha descontrolado más que el de la propia protagonista. He volcado las bandejas de canapés para destrozar la fi esta de Violet Gamart. Ha sido una lectura deliciosa.
Pienso que los libros son diferentes para cada lector. Más aún en las novelas de Penélope Fitzgerald, porque su literatura invita a otra forma de leer. Bajo una prosa sobria, sin ornamentaciones y aparentemente sencilla, su estilo narrativo exige lectores atentos y entregados, porque ella sólo da pistas, esboza pinceladas. Los lectores tienen que recrear el universo que ella nos sugiere. Si no se lee así, las historias de Penélope podrían parecer algo frías. Con su estilo, consigue dejar espacio al lector para que participe, no se lo da todo hecho, para que leer sea una experiencia mucho más intensa.
Cada mirada en la obra de Penélope supone un mundo y sin duda, la mirada de Isabel Coixet es una propuesta muy interesante merecedora de toda nuestra atención.
Cuando me enteré de que Coixet había adaptado La librería, de Penélope Fitzgerald, me imaginé el ejemplar de la Directora lleno de anotaciones al margen, de ideas para su película: la ambientación, el vestuario, las sonrisas de Florence, algunas miradas testarudas. Me imagino a Isabel construyendo las escenas con silencios, tanto como con diálogos. Imagino sus ojos perdidos en la zozobra de si estaría desvelando más que la propia Penélope.
Tengo por Penélope Fitzgerald una atracción especial. Tal vez porque llegué a ella a través de una de mis autoras de referencia: Pilar Adón. Pilar es experta en la obra de Penélope, traductora suya y una auténtica seguidora de la vida y la obra de Penélope Fitzgerald. Ella supo contagiarme de su entusiasmo.
Pilar y yo planeamos una tarde juntas para comentar la adaptación y volver a hablar de la novela. Tomamos un café en una tarde calurosa, coletazos de verano. Octubre de tormentas. Ella me contó que llegó a la autora: a través de su compatriota A.S. Byatt a la que a su vez llegó a través de Iris Murdoch. Me gusta pensar en una cadena de palabras, palabras escritas, palabras que se salen de los libros y el viento lleva de boca en boca, bocas bienintencionadas en tertulias literarias.
Pilar ha traducido buena parte de la obra de Penélope Fitzgerald, pero no tradujo La librería.
—¿Te habría gustado? –le pregunté.
—Claro que sí. Pero ya estaba traducido cuando yo descubrí a Penélope.
—¿La película ha supuesto un impulso a la novela?
—Mucho —sonríe Pilar—. La novela funcionó bien pero la película ha conseguido que llegue a muchos más lectores. Para el estreno la editorial preparó una nueva edición en tapa dura con un texto de Terence Dooley, hijo político y albacea de la obra de la autora. Con fotos de la escritora y páginas del manuscrito original. Una edición de coleccionistas.
Aproveché ese momento para decir una vez más a Pilar que el sello de Impedimenta (editorial que ha publicado La librería y buena parte de las obras de Penélope), es una garantía de calidad. Es sinónimo de que el libro va a merecer la pena. Impedimenta está apostando fuerte por la obra de Penélope Fitzgerald y yo me alegro mucho por ello. Hasta la fecha he leído La librería y El inicio de la primavera, pero tengo el resto en mi lista de pendientes. Siento curiosidad y le pregunto cómo es el proceso editorial con esta autora ya fallecida.
—¿Tratáis con la familia, con alguna agencia? ¿Cómo empieza todo?
—Todo se negocia con la agencia —dice Pilar—. Con cada libro se empieza un proceso que continua con la traducción, que intento hacer yo y las labores de maquetación, edición y diseño de la portada. En la editorial somos sólo cinco.
—¿Sólo? —casi no me lo creo. Ella no me contesta, sólo sonríe con timidez.
Confieso a Pilar que, igual que Isabel Coixet declara sentirse muy identifi cada con Florence Green, la protagonista, yo me siento así con la propia Penélope. Escritoras con una familia que atender, una vida que nos separa de la literatura. Escribir en cualquier parte, en contra de las circunstancias y a pesar de tantos. Porque no escribir, para Penélope y para mí, supone asfixiarnos en una realidad demasiado limitada.
Pilar es además una auténtica apasionada de las películas de Isabel Coixet y sigue entusiasmada por la cuidada adaptación que ha hecho la directora.
—Estoy convencida de que Isabel ha disfrutado mucho con esta adaptación —me dice Pilar—. Y nos va a hacer disfrutar a todos cada vez que la veamos. Porque esta película es una auténtica declaración de amor por los libros. Cada detalle está cuidado: las estanterías, los lomos de los libros. La ambientación es soberbia y la librería cobra gran importancia, como lugar. Pero también el resto de las casas del pueblo. Se ha detenido en cada detalle: desde los colores del vestuario hasta en el modo en el que envuelven los libros. Y hablando de detalles, me encantó la cubretetera.
—A mí me han atrapado los paisajes. Pilar, ¿crees que la película podría gustar más que el libro? Verás, leímos La librería en el Club de Lectura de otra librería, “Librería Letras”, al que pertenezco. Este club está liderado por toda una Florence Green. Y a pesar de todo, a mis compañeras les ha gustado más la película. Parece toda una ironía. Son lectoras exigentes, con mucho leído y muy buen criterio. No puedo estar en desacuerdo sin más. Tengo que replantearme mis opiniones.
—Creo que la película plantea un disfrute adicional a la novela. Digamos que es un lujo que sea Isabel Coixet quien rellene los huecos que ha dejado Penélope.
Así es como percibo yo la literatura de Penélope. Líneas que deben leerse despacio porque cada frase es sólo una pista para que el lector pueda construir todo un universo. Así que los lectores que no estén activos, podrían decir que a los libros les falta algo.
—Exacto —me confirma Pilar—. Por eso este estilo es muy difícil de traducir. Porque el lector tiene que aportar mucho. Y el traductor puede sentirse tentado de hacerlo. Pero tienes que ceñirte al texto literal. Una simple frase es una pista que permite que un lector entregado pueda reconstruir el pueblo y la sociedad inglesa.
—Me pregunto por qué Isabel ha prescindido del “personaje” del Poltergeist —quise saber yo.
—La verdad es que no lo sé —confiesa Pilar—. Creo que tendremos que preguntárselo.
—Mis compañeras del club de lectura piensan, y yo también a veces -le confieso a Pilar— que Penélope se queda a medias. En la novela menciona libros, no muchos, pero no profundiza apenas en ninguno de ellos. Podría haber sacado más partido.
—Hacer metaliteratura no era lo que Penélope quería —Pilar sonríe—. Ella quería contar una historia. Una historia de amor por los libros.
Acaba ya mi sección y no he confesado qué plato del día me ha gustado más, si el literario o el cinematográfico. No me gustan las comparaciones, ni en literatura ni en cocina. ¿Acaso podemos decir si preferimos un pescado, una carne o un pastel de queso?
NOEMÍ VALIENTE