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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Lo cierto es que, si ya desde hace años leemos libros que anuncian, simplemente, el final de la Universidad tal como la conocíamos y tal como la deseamos y tal como nos hace falta (como el elegíaco Adiós a la Universidad de Jordi Llovet o los agudos Estudios del malestar de José Luis Pardo), en los últimos meses la idealmente insustituible institución universitaria ha vuelto a la primera línea de la actualidad por motivos que no contribuirán a devolverle el prestigio. Si la universidad pública languidece por falta de financiación o por exceso de leyes contraproducentes, el descrédito y lo que podríamos llamar “caprichocracia” parece abalanzarse sobre la universidad privada, ya lastrada desde siempre por su elitismo, por la arbitrariedad a la hora de contratar su profesorado o por la evidencia dolorosa de que la gente se matricula no por afán de aprender, sino por la necesidad social de títulos sellados.

¿Y la literatura, tan maltratada precisamente en los nuevos planes de estudios? Pues la literatura, especialmente en el mundo anglosajón, forjó hace ya décadas un subgénero narrativo denominado «novela de campus» que indagaba, con mayor o menor protagonismo del paisaje universitario, o de su personal, o de su espíritu…, en la vida de los departamentos, en el carácter de sus habitantes, en el sentido o la trascendencia de su misión, pero entrando también en temas como las peleas internas por una plaza titular, el plagio o las relaciones sexuales entre profesores y alumnos (como ocurría en la determinante Desgracia de J.M. Coetzee, uno de los hitos de esta línea novelesca). Aquí proponemos releer siete grandes ejemplos de ese curioso y estimulante género, en días en los que, francamente, apetece más que nunca volver a la universidad, pero no por nostalgia sino por afán refundador, no con un cuaderno de apuntes sino con un cortacésped y una buena caja de herramientas.

El libro y la hermandad

La dublinesa Iris Murdoch publicó veinticinco novelas que la han hecho justamente famosísima, y que hacen olvidar que, en realidad, ella se dedicó ante todo a la filosofía, materia que estudió y después impartió en Oxford (en uno de cuyos jardines se esparcieron en 1979 sus cenizas, culminando una existencia muy vinculada a la universidad en la más noble de sus posibilidades). Es precisamente una fiesta de antiguos alumnos de Oxford la que en las primeras páginas de El libro y la hermandad atrapan al lector de un modo magnético. La gracia y la inteligencia con las que Murdoch retrata las esperables excentricidades de un brillante grupo de ex-estudiantes merecerían cruzar la puerta de cualquier antología de literatura. Lo que comienza como una novela de campus en estado puro, y en su más genuina vertiente británica, con viejo profesor al que visitar, desaparecidos en los lagos en medio de la noche, malentendidos, desencuentros y conversaciones brillantes… deriva en una trepidante novela netamente política que también es una novela de acción, y de persecuciones, y en la que llega a haber disparos. Y todo porque un grupo de amigos decidió financiar la escritura de un libro al más dotado de ellos, pero pasan los años, pasan los años…, y de ese libro, para el que toda la «hermandad» sigue aportando dinero, produce más rumores (y muy inquietantes) que páginas de adelanto…