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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

A veces ocurre. Puede ser como encontrar un mirlo blanco, difícil pero no imposible. La película de Isabel Coixet La librería es magnífica pero la novela de Penelope Fitzgerald (1916-2000) en la que se basa es sencillamente extraordinaria. Las dos obras tienen en común -con el mérito a atribuir, por supuesto, a la original- la delicadeza y contención de la narrativa. La historia, básicamente, es la misma, pero la novela, como es de esperar, cuenta con mayores elementos y también ofrece otro final. Florence Green abre una librería en un pueblo costero del Sureste de Inglaterra y lo que aparentemente supone una buena noticia para la cultura y educación de la población, en realidad esconde una oscura opinión que pronto se convertirá en trabas para acabar con ese foco de luz que pretende iluminar un municipio sin apenas otros alicientes que la pesca. Esta no es una novela metaliteraria, la apertura de una librería es un aliciente más para el lector de ‘morro fino’, porque también se habla de libros, como el polémico Lolita de Nabokov. En la librería de Florence Green lo que más se venden son libros no literarios, pero ella persevera en su romántico empeño de instaurar la literatura en el recóndito Hardborough. De lo que habla ‘La librería’ es de la maldad del ser humano.

Otro sobresaliente elemento es la construcción de los personajes, algunos tan esenciales como la señora Gamart, el diablo hecho mujer y que con apenas un par de presencias logra ensombrecer toda la trama. Coixet introdujo un algo esencial en el argumento, la pasión compartida entre la librera y un suscriptor, Edmund Brundish -algo así como el ángel de la guarda-, por Ray Bradbury. No en vano, su novela Fahrenheit 451 tiene en La librería, si no una secuela, una prima porque la destrucción de la cultura, el impedimento por que esta llegue a la ciudadanía, es lo que subyace en el corazón de ambas obras. Eso y el mal. Que el hombre es un lobo para el hombre es un dicho de Plauto que popularizó Hobbes y que bien se puede aplicar en La librería, donde la sonrisa, la apariencia, las acciones de cara a la galería esconden a lobos en piel de corderos, una maldad absoluta sin otra explicación que la envidia, la cobardía y el miedo.

La editorial Impedimenta editó esta novela (publicada originalmente en Inglaterra en 1978) en el 2010 y hay que confesar que de alguna manera pasó desapercibida. No para Coixet. Reeditada ahora en formato de lujo, lo cierto es que la novela se saborea, es un placer leerla porque, aunque escrita en tercera persona, guarda la cercanía del diario y, de hecho, incluye algunas epístolas. Como suele ocurrir con los verdaderos tesoros, vale más por lo que no escribe explícitamente pero el lector sabe extraer. Además, cuenta con pasajes soberbios ya desde la segunda página: «Florence tenía buen corazón, aunque eso sirve de bien poco cuando de lo que se trata es de sobrevivir». Para quien quiera interpretarlo así, puede ser un alegato a favor de la mujer por el espíritu de superación que exhibe la protagonista, aparentemente frágil pero tremendamente entera, aunque a veces sea inevitable la desesperanza: «Resumiendo, se había ensañado a sí misma al dejarse convencer, por un momento, de que los seres humanos no se dividen en exterminadores y exterminados, y que los exterminadores tienden a colocarse en la situación dominante en cuanto pueden. La fuerza de voluntad es inútil si no se va a ningún lado».

Diego Marín A