Es una novela corta, de apenas 192 páginas, pero que condensa dos vidas enteras. La de la madre, controladora con todos aquellos que se le acercan, insufrible a más no poder y la de su abnegada hija, a veces rebelde, a veces sumisa, pero con el peso de la culpa sobre sus espaldas si dice o hace algo contrario al pensamiento de la madre.
De lectura ágil pero con momentos duros y álgidos en cuanto a la relación de ambas, pasan por sus páginas apenas cinco o seis secundarios que hacen que cada vez sintamos más antipatía (si es posible) a las reacciones de Bonnie y esperamos ansiosamente, con el paso de las páginas que Flor reaccione y pegue un puñetazo en la mesa.
Pero esas batallas son arduas de pelear, y con un carácter como el de Flor (fraguado a la sombra y a su vez a las indicaciones de la madre), la guerra está perdida desde un principio.
Páginas agridulces con sentimientos de culpabilidad en casi todas ellas que hacen que nos paremos a reflexionar en nuestra propia relación maternofilial (en mi caso no muy diferente de la aquí expuesta, quizá por ello empatizo cien por cien con el personaje de Florence y todo lo que le acontece).
Es curioso por otra parte el título del libro, que hace referencia al color verde, sin que finalmente sepamos el por qué de esta decisión, pero, los vestidos son verdes, el bolso que porta, el cuaderno, las cortinas de la vivienda….
Flor tenía todo lo que cualquier mujer de su edad podía desear, tanto que carecía de identidad propia debido a los complejos de su madre, que también había conseguido que fueran sus propios complejos. Aún así, a la absorbente Bonnie no se la podía dejar de lado. ¿O sí se puede dejar de lado una vida de casi vagabundas si una se lo propone firmemente?
Una sola frase resume el cómputo de todo el libro: «Quien carece de un país emocional, puede considerar a cualquier otra persona su casa».
Es posible que Mavis utilizara su propia experiencia para crear rasgos de los personajes principales puesto que su triste infancia fue el primer escalón de una vida llena de desarraigo e inseguridades.
Nació en Montreal aunque su madre era estadounidense y su padre británico. Él murió cuando era una niña y su madre volvió a casarse y prescindió de ella. Mavis decía que su madre era de esas mujeres que nunca debió tener hijos. Tampoco hubo hermanos y fue de internado en internado, de colegio en colegio, un total de diecisiete, durante años, hasta que decidió que lo que quería era ganarse la vida de algún modo para poder escribir, que era lo que deseaba más que nada.
Ross Goose