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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

El joven Michael mira con hastío la sociedad actual, aspira a una existencia más sincera, plena, auténtica, alejada de la hipertecnificación de la vida contemporánea. Sueña con encontrar una respuesta en la naturaleza, pero su familia rechaza esos planes que trunquen una trayectoria profesional de éxito. El conflicto se evita cuando decide escribir a su tía Elfriede, que, en los años treinta, vivió una experiencia similar en Rosinka, en los Sudetes checos, aunque era de lengua y cultura alemana.

Esta es la génesis de El prado de Rosinka, el libro de Gudrum Pausewang que se puede definir como un ensayo que es novela, una novela que es ensayo, ambos o una narración autobiográfica que se interna por la ficción y la reflexión. Da igual la etiqueta, en todo caso se trata de un texto delicioso, de los que se disfrutan.

El libro recoge diecinueve cartas fechadas entre el 28 de febrero de 1979 y el 10 de mayo de ese mismo año. Salvo una, todas las firmas Elfriede, que además incorpora diferentes fotos de su familia, que es la de la autora, que aparece como Gudrun, su nombre de pila, si bien en los paratextos utiliza el apellido de su pseudónimo Pausewang en un guiño metaliterario. Con este libro, Gudrun Pausewang inició una triología dedicada a su infancia en el mundo rural.

A lo largo de las cartas, Elfriede narra la experiencia de una sociedad alternativa que crea con su esposo, logrando convertir un erial en un terreno fértil. La narración describe el mundo rural, aunque no omite reflexiones sobre la pasividad de parte de la sociedad alemana que favoreció la llegada de los nazis.

No es un texto que huya de la realidad, sino que la afronta y no oculta sus momentos más delicados. Incluso la propia evolución de su proyecto, que termina cediendo a buena parte de sus ideales fundacionales. ¿Representa eso un fracaso? La carta de Gudrum demuestra que no. Lo fundamental, al final, no es vivir en la sociedad, sino la forma de vivir, los valores que ejerce cada persona. Gudrun, en la reflexión de su infancia, se porta como una humanista. Es la persona la que debe ser el punto de referencia de la sociedad, no al revés. Aunque es mi interpretación porque cada lector encontrará la suya. Es otro de los encantos de este libro, que invita al debate, al diálogo.

La traductora, Consuelo Rubio Alcover, firma un prólogo que contextualiza la figura de Gudrun Pausewang. También aporta las notas a pie de página, las necesarias para entender referencias que se nos escapan a las personas ajenas a la cultura alemana y que son básicas para comprender y disfrutar del texto en su plenitud. En Alemania, El prado de Rosinka se ha promocionado como un texto para jóvenes. Puede ser literatura juvenil, pero como lo sustantivo es que se trata de literatura, son muchos los lectores los que disfrutarán de él.

Fernando del Busto