¿No sería agradable leer una obra literaria que nos permita, al menos durante el periodo de lectura, huir completamente? Y que una sensación placentera, como si estuviéramos flotando por encima de todos nuestros problemas, nos invadiera profundamente, corriera por nuestra sangre y nos envolviera el cráneo por dentro y por fuera, como una sustancia muy dulce y adictiva.
Con Solenoide, de Mircea Cărtărescu, no solo logré alcanzar un estado de satisfacción (generada por una prosa límpida y poética) sino que viví algo parecido a una experiencia, como él mismo lo dice, viva y embriagadora. También pude hallar una literatura fresca, me arriesgo a decir original, que, aunque se presenta como una ficción huidiza, es toda una apuesta a favor de la humanidad, y expresa cómo un deseo personal, el de la huida, puede ser el punto de partida para ayudar a los demás, y no solo verlos desde la distancia.
Quienes hayan leído todo el libro, tal vez estén de acuerdo conmigo cuando digo que Cărtărescu, quien se ha arriesgado escribiendo una historia antiliteraria (es el retrato onírico y nostálgico de un escritor frustrado y desesperanzado, que escribe para sí mismo y no busca ser tomado en serio ni en broma dentro del museo de la literatura), ha logrado una obra maravillosamente literaria, que toma un objeto como el solenoide, a modo de metáfora, para criticar a todas las obras escapistas cuyos contenidos no solo buscan evadir la realidad del mundo, sino también permiten que sus autores huyan de él engañando a sus lectores, haciéndoles creer que la vida es solo resignación y que no hay nada más que hacer que mirar a un costado y ocuparse de uno mismo, que al fin y al cabo nadie ni nada es tan importante.
Como en El Proceso, de Kafka, donde toda la obra está poseída por un proceso indeseable que carcome las páginas y crea una atmósfera tormentosa, en Solenoide todo el libro genera el efecto de un campo magnético, un vasto mundo en el que te adentras para liberarte (por más de 700 páginas excelentemente traducidas del rumano por Marian Ochoa de Eribe) de cualquier convención de la realidad. Todos los capítulos son una invitación a la fantasía más delirante, al placer de la poesía de los paisajes y también a una especulación continua sobre la existencia humana. El libro nos compara con los ácaros y los microbios, esos seres que forman parte de nuestra realidad tanto como el aire que respiramos (ya hay quienes dicen que solo somos microbios, como un corpus de organismos en constante comunicación); y representan a la perfección, según el modo cartaresquiano de ver el mundo, a la vida humana como un gran paréntesis, una incógnita que solo nuestro cerebro, con el estudio, puede definir, etiquetar, conceptualizar, entender.
Digo nuestro cerebro porque es lo que tenemos para percibir la realidad, al menos si es lo que se nos presenta a diario. El protagonista de Solenoide podría proponer, a través de cientos de páginas especulativas, que vivimos en una ilusión a la que nos abandonamos, a merced de seres que ni siquiera podríamos comprender, como ácaros que hablan en su mismo dialecto y viven mirando hacia el dedo que les indica el camino, y nunca tomando la vía por la cual el dedo los guía. Estos ácaros solo podrían liberarse si alguien les contara su realidad, tal vez con la llegada de un Zaratustra de su misma especie.
La especulación metafísica se mezcla con retratos fascinantes de una Bucarest melancólica, bañada constantemente por el ámbar, que es, me atrevo a decir, el color de todo el libro, el color con el que la naturaleza se muestra ante su protagonista, obsesionado constantemente por entender de qué se tratan sus sueños y sobrepasado por experiencias fantásticas dentro de su ciudad, como la revelación de una gigantesca imagen de la muerte (a la que deberá enfrentar para demostrar lo que verdaderamente le importa) y espejismos que le revelan a su yo infantil comunicándose con una persona de su presente.
Podría parecer que la lectura de Solenoide, en un principio, no tiene ningún trayecto definido, que es una obra libre en la que el protagonista reflexiona sin un sentido, como si se tratara de la catarsis de un diletante convencido de que nunca podrá crear una obra trascendente, hecha para quedar. Pero creo que ésta es solo una fachada con la que Cărtărescu busca cuestionar la utilidad de la literatura dentro de un mundo que busca todas las respuestas en los libros. El de él es un libro que se aproxima a la realidad, la cuestiona, pero no ofrece respuestas. Y, sin embargo, con su desenlace no necesitamos respuesta alguna. En sus últimas páginas, el autor, al menos como yo lo puedo percibir, embalsama su obra completamente y la eleva por encima de cualquier otro libro que, desde sus primeras páginas, se presente como un libro placentero y entretenido que pueda elevarnos de nosotros mismos, como el efecto de un amor intenso y adolescente. Solenoide es un solenoide literario, y es también la negación de su efecto placebo, de su poder para volvernos ligeros.
Su protagonista crece y se transforma, nos ofrece una escritura crepuscular, en la que recuerda su infancia, extraña y melancólica, y sus altibajos como profesor de Rumano. Indaga en los conocimientos que existen sobre lo que ocurre cuando estamos a punto de morir, se pregunta por qué lo observan cuando duerme, quiénes se esconden detrás de las personas que lo atormentan en sueños. Su deseo de escapar se ve reforzado con la historia de un hombre en busca de la cuarta dimensión, a la que finalmente podría acceder si lo deseara. La novela está plagada de descripciones científicas sobre el cerebro, sobre su funcionamiento, sobre las partes del cuerpo de los ácaros, sus clasificaciones. Es, en este sentido, un libro bastante contemporáneo, hijo de un escritor que prefiere referirse a la memoria como el trabajo de las conexiones sinápticas del cerebro, en lugar de recurrir al espíritu o al alma, aunque esto no significa que omita aspectos desconocidos por la ciencia como el contenido de los sueños (algunos hablan de un suprarrealismo anatómico).
Con este libro, ¿se ha abierto una puerta? ¿Se ha fracturado el muro de la realidad? Alejándose de la belleza perfecta y de la trama efectista, creo que Cărtărescu ha logrado que su tratado contra la literatura sea también un rescate y una puesta en práctica del arte literario, aquel que también utiliza la fantasía para hablar de la realidad (o la evasión de lo real) del ser humano. Y también nos ha expuesto, a través de la decisión final de su protagonista, una jugada solidaria por la que tal vez él se arriesgaría si tuviera que elegir entre escapar o ser parte de algo por el bien colectivo. Pienso que esta decisión final es representativa, porque creo que Solenoide, en su totalidad, nos sugiere lo siguiente: podemos huir, ¡huyamos! Pero regresemos. Nos están esperando.
José Biancotti