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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Mircea Cărtărescu, el escritor cegador

¿A qué sabe la carne de mariposa?

Un grupo de aldeanos camina por la orilla del Danubio en un paisaje nevado de árboles invernales y observa sin aspavientos cómo, bajo la superficie helada del río, bucean unas mariposas grandes como delfines. Cuando se detienen a comer sobre sus mantas de lana el tasajo de cerdo, los chicharrones y el pisto, un niño se pregunta cuál será el sabor de la carne de mariposa. Y los aldeanos abren una brecha en el hielo y pescan una de ellas y la degüellan como a un animal de granja: su carne es dulce y gelatinosa. Las mariposas de todos los tamaños y texturas revolotean por este libro asombroso de Mircea Cărtărescu. Un libro tan Cegador como anuncia el lema de la trilogía a la que da inicio, en el que la realidad y el sueño también son una gelatina blanda indistinguible en la cabeza de ese solitario Mircea, que mira Bucarest a través de la ventana de la habitación de la casa de sus padres y ve una ciudad porosa, donde nada es sólido y todo es posible.

El ala izquierda es una obra de arte de dimensiones colosales cuyo disfrute y vértigo se los debemos también a la inspirada traducción de Marian Ochoa de Eribe, que parece haber sido absorbida por los flagelos de medusa del libro e iluminada por el propio Cărtărescu hasta haber hecho su trabajo en estado de gracia. En ese paseo suyo por un Bucarest cuyos perfiles se vuelven blandos, con esa impresión «de caminar entre sonidos solidificados», vagará hasta la casa de su antigua vecina, Anca, y descubrirá, al rapar su cabellera, que lleva tatuado en el cráneo un fresco donde se detalla con una precisión alucinada el universo entero en un ejercicio de totalidad enloquecedor.

Un vecino de su madre, Ionel, consigue un empleo de limpiador de estatuas. Veremos cómo, en la nocturnidad de un parque, descubre en una de las estatuas una entrada que desciende y lo veremos internarse en unas
cavernas que muestran que bajo la realidad se desdoblan las cloacas de la incertidumbre y que los mundos se superponen sin que nos demos cuenta en nuestro estado de vigilia, que en realidad es cuando más adormecidos estamos porque no vemos la verdad que nos muestran los sueños: que todo se desdobla, se multiplica, que somos una burbuja en el tiempo que estallará en un instante y los mundos seguirán naciendo y colapsando. Y veremos a Ionel más adelante, convertido en policía más bien zopenco, tratando de desbaratar una conspiración de gentes del circo. Y ahí conectará con otro hilo del libro, el de la secta de los Conocedores, liderada por el Albino, un triunfador que ha estado a punto de ser devorado por un tumor que le ha ido creciendo en la cara hasta que un turbio párroco le ha revelado la verdad de la totalidad y ha liderado un nuevo orden místico surgido del fondo de las pesadillas más agitadas. Y Mircea, que aparece y desaparece del relato, pero que siempre está ahí, observando Bucarest por la ventana mientras apoya los pies en el radiador candente que tal vez le transmita una fiebre que hace que todo arda dentro de él. Escribe Cărtărescu: «Tal vez el corazón de este libro no haya sido sino un grito amarillo, cegador, apocalíptico…».

Este no es un libro de realismo mágico ni tampoco un libro de fantasía, porque todo tiene el brillo peligroso de lo real, una textura pegajosa en la que uno queda enganchado, una profundidad oscura de verdades primigenias que rebotan contra el fondo de nuestra memoria envueltas en esas alas de mariposa de lo soñado. Nos dice que «todo es extraño porque todo se remonta muy atrás en el tiempo. Y porque todo está en ese lugar donde no se distingue el sueño del recuerdo, pues las grandes zonas del mundo no estaban separadas unas de otras. Y vivir el extrañamiento, sentir una emoción, quedarse petrificado ante una imagen fantástica significa siempre lo mismo: regresar, volver, descender al núcleo arcaico de tu mente, mirar con el ojo de una larva humana, pensar algo que no es un pensamiento con un cerebro que no es todavía un cerebro». Esas mariposas que representan el máximo esplendor de la belleza con sus colores cuando vuelan y el horror, al verlas de cerca, de ese rostro de monstruos con una trompa a través de la que inoculan sus huevos mientras miran con ojos opacos como los de los muertos. La madre de Mircea tiene una mancha en el cuerpo con forma de mariposa. Y será su madre la que protagonice algunos episodios asombrosos que nos dejan pegados al libro igual que si fuéramos mariposas pinchadas a la hoja con un alfiler. Tal vez lo seamos.

Contar aquí, en esta reseña apresurada y superficial, esta descomunal biografía de lo soñado no es posible, no se puede transmitir esa capacidad arrebatada, incluso excesiva, de Cărtărescu para escribir en estado de trance, ese avanzar en la lectura como si te fueras sumergiendo en un líquido caliente, esa digresión concéntrica entre poética y sobrecogedora que te sume en un estado de hipnotismo. Cărtărescu nos dice, o nos susurra, que «entre las fronteras de nuestra piel no corre solo sangre, solo linfa, solo hormonas y solo azúcar: corre sobre todo fe.» Fe en la literatura es lo que nos devuelve esta ópera monumental de vértigos e iluminaciones donde el sueño y la imaginación son las máximas formas del conocimiento, tal vez las únicas. Un libro cegador del que uno sale transformado. Una obra maestra.

ANTONIO ITURBE