El grueso de su producción se lo reparten dos editoriales sobre todo, Satori e Impedimenta. Las dos compiten por hacer bellas ediciones del autor y poco a poco nos han ido regalando con una visión general de uno de los maestros declarados de Haruki Murakami, de la narrativa nipona y de la novelística mundial.
Sōseki es un autor peculiar, que pasó del humor de Botchan o Soy un gato al registro taciturno y saturnal de sus últimas novelas. Pero todas sus obras tienen algo en común, incluso las primeras: todas dejan en la boca una sonrisa mezclada con una profunda melancolía. Es difícil precisarlo, pero sus novelas nos ofrecen la sensación de haber sido testigos de algo trascendente sin que sepamos bien qué. Sōseki es un autor que se invisibiliza como persona, y que desde cierta torpeza estilística nos lleva a donde quiere. Y ese lugar a donde le gusta llevarnos es donde se esconden las almas. Allí, con calma y sin darnos cuenta, nos hace cómplices de la búsqueda de la suya.
Más allá del equinoccio de primavera nos habla de las experiencias de un joven que acaba de terminar la universidad, Keitaro, y la relación con un amigo suyo, Sunaga, y su familia. En un modo barojiano, el protagonista vive a disgusto con el mundo que lo rodea y consigo mismo. A todas sus acciones y percepciones subyace la sospecha de que ese mundo, e incluso él mismo, podrían ser mejores.
Keitaro es un joven educado en la época Meiji, esa era en la que Japón se vistió de occidental de forma tan rápida como traumática. Toda la sociedad se puso en marcha en la búsqueda de algo a veces muy concreto (unas leyes nuevas, una constitución, una educación, cierta ropa) y en otras tremendamente abstracto (un destino). Japón perdió su lugar tradicional y comenzó a buscar otro. La indagación de Keitaro recorre ese camino. Empieza con un enigmático vecino, Morimoto, pero pronto pasa a su amigo Sunaga, y a sus dos tíos, dos personajes que en cierta manera simbolizan dos respuestas a la revolución social de Meiji.
También es reseñable el magnífico y sutil retrato femenino de Chiyoko. Al comienzo, Sunaga es poco más que un flemático compañero que tiene algo de aristócrata de la vida y bastante de fin de raza. Pero pronto se va desvelando que ese carácter de Sunaga tiene su origen en un secreto tan pesado como íntimamente paralizador. En cierta manera, el desarrollo de la novela y de la trayectoria de Sunaga es el de la conquista de la levedad. De la misma forma que en el Camino de perfección barojiano el protagonista ansiaba entrar en armonía con la normalidad, Sunaga anhela entrar en armonía con la levedad y la alegría derivada de la ligereza vital.
E, inesperadamente, ahí entra el sentido oculto del título ya que el equinoccio vernal (o primaveral) es el punto de equilibrio entre la tierra y el sol, cuando el Japón sintoísta celebra la vida y sus formas. Un equilibrio que es un anhelo. Un lugar que Sōseki buscaba bajo el disfraz de sus personajes, y en el que nos deja inquietos por lo que vendrá después.
José Pazó Espinosa