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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Quizás para emular la división externa que ha realizado en la trilogía, o quizás porque quería recordar que se puede jugar con la idea de inicio, nudo y desenlace sin poner realmente en práctica lo que presuponen dichas etiquetas, el autor establece tres partes en esta ala izquierda, en este viaje laberíntico por la mente, la ciudad y el tiempo. Empezamos de la mano de su persona, ese joven adolescente que observa por la ventana, con los pies en el radiador. Y no solo observa lo que ve, sino todo lo demás, esa angustia que nace al preguntarse quién eres, qué sucede a tu alrededor, cómo es posible que hayas llegado aquí. ¿Podría haber nacido de otra manera, convertido en gusano o en algún otro ser? ¿Y seguiría siendo yo? Ese yo que a cierta edad se va tejiendo y que en este caso tiene una capacidad evocativa y metafórica que abruma y te arrastra hacia ese caleidoscopio de imágenes que forman el recuerdo, la vida y la persona.

La segunda parte está más centrada en la figura y la vida de la madre. Y en cierto sentido sirve para retratar una época y un país, con fragmentos de historia. Pero poco a poco, la historia se mezcla con relatos que se tiñen de mito, de leyenda, con un simbolismo salvaje y aterrador: muertos atacando a los vivos, vivos huyendo en un gran éxodo a través de una tierra cada vez más extraña, donde las mariposas tienen un gran protagonismo. De hecho, las mariposas van apareciendo, sobre la piel, como amuletos, como anillos o alimento. Una presencia constante que nos indica que no es simplemente una imagen, un animal más en el trayecto que nos ofrece Cărtărescu. A nivel simbólico, la mariposa tiene algo de ligereza, de tránsito entre mundos, de alma. Pero también de metamorfosis, un vínculo entre lo que es y lo que no, lo que está aquí y lo que está más allá, al otro lado de la membrana, del velo, del sueño… No sé si es lo que pretende el autor, pero allí están siempre sus alas, observándonos desde distintos lugares, sobrevolando la escena o prendidas de una pierna, una mancha en la piel que une en un mismo lugar todas las posibilidades, las crisálidas, los aleteos que nos permiten viajar entre la realidad y lo onírico. Y es que hay también algo onírico en este libro, viajes y relatos alucinados y alucinantes, donde lo místico y lo tangible, la carne y el espíritu se entremezclan y nos llevan de Bucarest a Nueva Orleans para devolvernos a la calidez del hogar o la extrañeza de una calle familiar que, de repente, deja de serlo.

Existe una temporalidad, aunque quizás no pueda dibujarse una línea entre capítulos ni acontecimientos. El tiempo aquí es algo sólido, con presencia, como los edificios, como la ciudad, cuyas entrañas son un lienzo y un personaje más. También lo es el hospital, y esa enfermedad que va apareciendo y que también nos habla de la parálisis de un lado. Lateralidad, arriba y abajo, un universo interno que se repite fuera, pero también en nuestro interior, invertido.

Y así podría seguir, enumerando escenas, momentos, ideas en una red que podría parecer inconexa, pero que fluye a la vez; un enjambre construido a base de una arqueología familiar, emocional y personal, donde los sueños y las dudas, las preguntas más profundas y las escenas más carnales se van mezclando, demostrando que estamos hechos de tantas cosas que no nos caben ni en el cuerpo. Pero en algún momento habrá que poner el punto final, así que únicamente añadiré esto: estamos ante un libro difícil, que te exige. No está pensado para ir pasando páginas. Hay que penetrar en él, dejarse arrastrar por las catacumbas neuronales y oníricas de Cărtărescu para salir, otra vez de su mano, a una pregunta que no te lanza, pero te encuentras: si esto era únicamente el ala izquierda, ¿cómo será el resto de la mariposa?

Inés Macpherson