En Más allá del equinoccio de primavera, el joven Keitaro Tagawa comienza narrando en primera persona sus cuitas para ingresar en el mundo laboral y abrirse camino en la vida. Pronto centra su interés en la relación de amistad que mantiene con Ichizo Sunaga. Ambos acaban de terminar sus estudios universitarios y buscan su primer trabajo. Keitaro confía en que la familia de su amigo le sacará del desempleo. Un día accede a cumplir una extraña misión de espionaje que le encomienda el acaudalado tío de Sunaga con la esperanza de conseguir de él un empleo estable; este incómodo episodio le acercará a la familia de su amigo, de quien irá conociendo con todo detalle los dramas y traumas ocultos que explican, entre otras cosas, el carácter en apariencia indolente de Sunaga. Los celos y la indecisión de este joven, que aun estando enamorado de su prima Chiyoko no desea casarse con ella, son rasgos de su personalidad que se can revelando en la prolongada conversación que mantiene con Keitaro. Las confesiones de Sunaga representan, así, una novela dentro de la novela, lo que supone un desplazamiento narrativo al estilo del de Kokoro: transcurrido más de la mitad del relato, el narrador cede su voz al otro personaje (el sensei en Kokoro, Sunaga en esta), que acaba convirtiéndose en verdadero protagonista de la novela.
Sobre la historia de amor entre los primos Sunaga y Chiyoko no deja de gravitar todo un entramado de relaciones familiares que limitan la libertad de ambos jóvenes, fiel reflejo de una época —final de la era Meiji— en la que los matrimonios eran concertados por los padres.
Llena de sutiliza y profundo calado psicológico, Soseki exhibe una vez más sus cualidades a la hora de diseccionarlas con el bisturí de la palabra las complejas interioridades de la psique humana. Como en otras obras del autor, lo más valioso de este relato es su descripción de algo que resulta muy común en la novelística japonesa: la profunda herida que, invisible en apariencia, muestran los personajes cuando las circunstancias les fuerzan, en situaciones límite, a abrirse y mostrar unos sentimientos que se habían mantenido guardados durante demasiado tiempo: la frustración, ante los deseos insatisfechos el complejo de inferioridad, la culpa y la autocompasión. Es decir, lo más inconfesable de cuanto nos afecta como seres humanos.