Pero ahí estaba él, uno de los escritores europeos más destacados de los últimos años; el rumano Mircea Cărtărescu, ganador de Premio Formentor de las letras en 2018 y del Premio Austriaco de Literatura Europea en 2015.
El día 6 de febrero, a las cinco de la tarde en la biblioteca del Gimnasio Moderno, Bogotá tenía una cita con Mircea. Llegué mucho tiempo antes del inicio del evento, podría decir que casi dos horas antes. Mientras esperaba pedí agua aromática en un café cercano, al mismo tiempo retomé la lectura de uno de los libros, a mi parecer, más interesantes que él ha escrito, Solenoide. El tiempo se dilató y pronto fueron las cuatro treinta. Viejos conocidos me saludaron y, al entrar al lugar, el ambiente se tornó un poco más festivo, las sillas que habían dispuesto en un inicio ya estaban en su mayoría ocupadas, por lo que se tuvo que recurrir a la silletería que se encontraba amontonada a un lado del salón. A los quince minutos ya no quedaba nada. En la entrada había un pequeño puesto donde estaba expuesta una parte de la obra del autor, editada por Impedimenta, donde ávidos compradores se reunieron y, algunos, adquirieron lo que podían o sólo el libro que más les gustaba.
Cuando Mircea entró en la biblioteca, los zumbidos que se escapaban de la boca de los asistentes iban apagándose y poco a poco fueron remplazados por una cortina de aplausos. Cărtărescu habló en rumano y creo que con ello deleitó a más de una persona. Una de las cosas que más captó mi atención fue que mientras hablaba había palabras que pertenecían a nuestro idioma y otras se combinaban perfectamente con el inglés, puedo decir que cuando él decía un chiste nosotros reíamos casi que al instante. La entrevista tenía una dirección clara, se quería saber sobre su concepción de la literatura, sobre su forma de escribir, hablar un poco de Rumania y entender cómo ha logrado sembrar su voz en la cabeza de tantos lectores.
Más allá de considerarse como un escritor, Mircea Cărtărescu se ve como un lector. Él cree firmemente en que un escritor puede existir solo gracias a ellos. «Son los grandes lectores los que empiezan a generar resonancia de lo que leen y a llevar esos libros más allá de sus sofás. Tanto la lectura como la escritura son labores que requieren de dedicación, de tiempo. El escribir requiere un toque de inspiración y ella puede tardar lo que quiera, no importa si pasan dos o tres años. La escritura se convierte en una segunda piel para quien la ejerza». Poco después habló de su rol como poeta, y propuso una lejanía a la norma típica en que la poesía es leída, escrita y comprendida: «La poesía no debe estar limitada a la escritura en verso o en rima. La poesía es un modo de ver el mundo, un modo que viaja en los libros y en las experiencias de cada ser. El que llegue a los sesenta, setenta u ochenta años con un corazón de niño podrá sentir la poesía, podrá considerarse poeta. El poeta debe ver lo bello en todo, en un vaso de agua medio lleno o en la cámara que en este momento me toma una fotografía».
Su voz en rumano fue engatusando los oídos del auditorio, con ella empezó a dar una definición acerca de los sueños y de la realidad, gracias a ello, afirmó, concibe que una novela fantástica puede ser realista y que la realidad le debe mucho a la fantasía. «Yo puedo estar soñando este momento o alguno de ustedes nos puede estar soñando». Desde ahí, junto al hecho de que al cumplir un año y medio de edad perdió a su hermano gemelo, declinó muchos de sus pensamientos a la condición dual de la existencia humana, considera que tanto el hombre como la mujer es un ser andrógino, que cada uno llevamos una personalidad, bien sea femenina o masculina, reprimida, a la cual se le debe dar una voz. Para el caso de los gemelos, menciona que son una sola alma dividida en dos cuerpos, capaces de verse a los ojos durante nueve meses y comprender su naturaleza. «Sí, mi hermano murió, pero al verme en un espejo veo a otro como yo, puede ser él, un alter ego, pero sus órganos están del lado contrario. Mientras levanto la mano derecha él levanta la izquierda. Nos vemos idénticos, pero no actuamos igual». Así mismo, siente que el ser humano necesita ayuda constante para seguir adelante. Piedad Bonnett, quien realizó la entrevista, notó, con gran acierto, que en varias de las novelas de Cărtărescu hay un acercamiento al mundo animal, propiamente al de los insectos, por eso preguntó si tenía algún gusto por ellos. Mircea bebió un poco de agua y respondió: «Cada ser es un mundo, ellos aún no entienden muy bien nuestra existencia y nosotros tampoco entendemos la suya. Cada uno es un mundo aislado, desesperado, enfrascados en una rara coexistencia. Los insectos son grandes metáforas vivientes, símbolos vivos».
Aún no puedo dar respuesta a la pregunta de mi amigo, podría decir, como muchos, que es un autor que se está leyendo por moda. Sin embargo, tras haber leído varios de sus libros me cuesta creer que este fenómeno también lo cobije a él. La charla terminó con una interesante reflexión sobre la escritura, allí Cărtărescu recordó a Shakespeare e hizo una relación con el arte de tejer con dos agujas, el crochet: «Así como el amor y la práctica que se tiene al tejer con dos agujas, la escritura es un ejercicio que se debe realizar con lentitud, paciencia y cariño».