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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Maryse Condé recibió hace unos meses el Nobel de Literatura alternativo. No es, ni de lejos, el primer premio importante que recibe. Ha escrito más de treinta libros y su obra abarca todos los géneros, pero sigue siendo ampliamente desconocida para el público español. Y es una verdadera pena. Impedimenta nos abre la puerta a su universo narrativo con la publicación de este sobresaliente texto autobiográfico —«cuentos verdaderos de mi infancia», en sus propias palabras—.

Nació en una colonia francesa en las Antillas, y vino al mundo en pleno Mardi Gras: «Me gusta pensar que mi primer aullido de terror pasó desapercibido en mitad del jolgorio de la ciudad. Quiero creer que fue un signo, el presagio de que sabría reír las penas más grandes». Ella era la octava e inesperada hija de un matrimonio ya mayor. No se dio cuenta de que era negra hasta su primer viaje a París. Le sorprende la inconcebible mansedumbre de sus padres. Cómo era posible que un vulgar camarero se mostrara condescendiente ¡con ellos, precisamente, los más burgueses, cultos y envarados de su isla, practicantes, a su vez, de un despiadado y asqueroso clasismo con sus compatriotas, a quienes consideran inferiores!

Oye a su hermano referirse a sus padres como «unos alienados… que tratan de ser lo que no son porque no les gusta ser lo que son». Empieza a atar cabos. Pero aún es demasiado joven para pensar en esas cosas. Hasta más tarde, espoleada por una
profesora del Liceo, no empezó a interesarse por el pasado colonial de su tierra. Condé maneja mejor el detalle que la foto aérea. Prefiere la fragmentación, la pincelada rápida, las escenas breves. Pinta un mundo altamente estratificado pero no necesita dar sermones para señalar las injusticias. Y sí, en su voz hay una marcada perspectiva racial y de género, pero en absoluto se trata de un libro costumbrista. Su grandeza proviene de que plantea temas universales, profundamente humanos. A mí este libro me recuerda, por el tono, la mirada, a La casa en Mango Street, de la igualmente recomendable Sandra Cisneros.

«Para paliar las lagunas de la memoria —se dice en el prólogo— se activan los mecanismos de la fabulación. El resultado es un delicioso conjunto de cuentos que nos transportan a una niñez tan ensoñada como real». También esto otro: «Estamos ante un texto que esconde el origen de todos los orígenes. La génesis de una conciencia creadora y una voz de originalidad abrumadora, sin par en el panorama de las letras francófonas contemporáneas».

Viñetas familiares, memorias noveladas, mucho color. Textos sueltos que comparten un carácter iniciático y detallan episodios relevantes para la formación del carácter, para el descubrimiento de la propia identidad. Episodios como el de esa amiga blanca que juega a torturarla cuando ambas son todavía muy niñas. Celebratorio y melancólico, tierno pero implacable, Corazón que ríe, corazón que llora se lee a velocidad supersónica. Escrito en estado de gracia, con una exquisita sensibilidad. Hará las delicias de cualquier buen lector, pero especialmente de los aficionados a la literatura del yo.