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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

El viernes 31 de mayo comenzó la FLM 2019 (Feria del Libro de Madrid), impaciente como estaba por ver las novedades que mis editoriales favoritas traían, no pude dejar de hacer una breve visita. Cuando acudí a mi inevitable cita con la editorial Impedimenta, me atendió muy amablemente Enrique Redel, a quien pedí consejo sobre las novedades de su catálogo, aconsejándome que me llevara Los diarios del agua, de Roger Deakin y La poeta y el asesino, de Simon Worrall. Evidentemente atendí la recomendación, pero no me quedé ahí, poniéndole también en el compromiso de elegir el título del libro por el cual debería comenzar. No dudó, me dijo: «Empieza sin duda por La poeta y el asesino, te va a encantar».

Muy sorprendida con la elección del título, pues Los diarios del agua quizá es un libro que se adecua más a mis gustos lectores, obedecí. Y aquí estoy, preparada para intentar contaros lo mejor posible lo que esta novela ha hecho conmigo durante estos días, pero no sin antes agradecer esta recomendación que evidencia el buen hacer como editor de Redel, pues es sabido que conocer al lector, sus gustos y reacciones ante una novedad literaria, es una de las primeras reglas editoriales.

Debo confesar que no conocía al escritor de La poeta y el asesino. Simon Worrall era hasta hace unos pocos días un nombre anónimo para mí. Por ese motivo, adentrarme en la que fue su primera novela, era una completa aventura, máxime leyendo su carta de presentación o currículum que no deja de ser sorprendente e impactante, muy alejado del tipo de escritor al que me acerco en mis lecturas. La editorial lo define así:

«(… )periodista, escritor y aventurero, ha recolectado almejas con los inuit en la isla de Baffin, ha sido jinete con los gauchos en la Patagonia, ha seguido el rastro de un Rembrant robado junto a un agente encubierto del FBI (…).»

Francamente, la curiosidad pudo conmigo y de regreso a mi casa en el autobús, con un botín considerable de libros de mi primera incursión en la FLM, comencé a leer esta apasionante novela, que estoy segura será un éxito editorial, como en su día lo fueron otros bestsellers que no contaban con la ventaja de estar basados en hechos reales como en este caso. Un caso de esos en los que se aplica el famoso dicho de “la realidad supera la ficción”, y que ya ha protagonizado un documental de la BBC, pero que sería igualmente fantástico como guión cinematográfico.

Comencemos con la historia, Simon Worrall da inicio a su relato de esta manera:

«Era un frío y despejado día de otoño. Mientras avanzaba por el camino de entrada a la casa de Emily Dickinson, Homestead, en Amherst, Massachusetts, una fila de cicutas situadas al frente del edificio proyectaban intensas sombras sobre los ladrillos, y una ardilla cruzó el césped corriendo con una bellota en la boca. Entré por la puerta de atrás, atravesé un recibidor oscuro con las paredes cubiertas de retratos familiares y subí por la escalera hasta el dormitorio del primer piso (…)»

Esta escena, que muy bien podría pertenecer a una película clásica protagonizada por Gregory Peck o Gary Cooper en el papel de reportero intrépido, o así la imagino yo, continúa con una detallada descripción de las habitaciones que pertenecieron a Emily Dickinson. Una sucesión de emociones, que toda persona que me esté leyendo y haya visitado algún lugar de culto, bien sea la tumba de Beethoven, la casa de Jane Austen, o el sepulcro de Miguel Ángel en la Santa Croce de Florencia, saben a qué me refiero. Simon Worrall, en el cometido de periodista apasionado intenta poner en situación al lector insuflándole con la emoción y la gracia que siente al profanar con su presencia el espectro de quién fuera la gran dama de la lírica norteamericana, Emily Dickinson, al visitar Homestead antes de comenzar el viaje de investigación que dará lugar a La poeta y el asesino.

¿Pero porque está Simon Worrall en Homestead? Él mismo nos lo explica. Tras haber leído en abril de 1997 un artículo en The New York Times, donde se anunciaba la próxima subasta de un poema inédito de de Emily Dickinson por Sotherby’s, para leer cuatro meses más tarde que el poema había sido devuelto a Sotherby’s por tratarse de una falsificación. Evidentemente, dos noticias así no dejan indiferente a nadie, y menos al audaz escritor, quien se puso manos a la obra dispuesto a llegar al fondo del asunto.

¿Quién sería tan osado como para falsificar un poema de Emily Dickinson y engañar a lo más selecto del sector de los manuscritos antiguos? ¿Cómo una entidad del prestigio de Sotherby’s no acreditó debidamente la pieza? ¿Fue posible descubrir el origen de la falsificación? Todas estas preguntas y muchas más fueron planteadas por Simon Worrall, quien contactó inmediatamente con la persona que adquirió el poema en subasta, Daniel Lombardo, conservador de colecciones especiales de la Biblioteca Jones de Amherst.

Ésta sería la primera de muchas llamadas que haría a los protagonistas de esta historia, que se remontaba a doce años atrás, y que dejaría al mundo entero anonadado, y a mí particularmente asustada y entristecida con el panorama social que disfrutamos.

Lo que Daniel Lombardo contó a nuestro reportero se resume en lo siguiente: como conservador de la Biblioteca Jones de Amherst, ciudad natal de Emily Dickinson, se vio casi obligado de corazón a adquirir el poema inédito que Sotherby’s subastaba; que habiendo hecho las comprobaciones de rigor sobre la autenticidad de la pieza, de las que no cabía dudar en honestidad, se embarcó en una búsqueda de capital implicando en ello a muchas personas honestas y entidades de renombre. Habiendo conseguido el poema por la cantidad de 21.000 $, recibió una llamada de una persona de gran fiabilidad asegurando saber que la pieza adquirida era una falsificación, y que estaba convencido de saber quién era el artífice de la misma, Mark Hoffman.

«Mark William Hofmann : Nació en 1954 en Salt Lake City (Utah), capital del credo mormón en el que fue educado. Creó y vendió diferentes documentos históricos a la iglesia mormona, pero su ambición lo llevó a fraguar otros textos antiguos, como Juramento de un hombre libre, la primera impresión en Norteamérica, y hasta un poema de Emily Dickinson. Hoy, cumple condena por sus engaños y dos asesinatos»

Con estos datos siniestros y escalofriantes y más que descubriría durante su investigación, Simon Worrall dedicó tres años de su vida, en palabras del autor: «a solucionar el acertijo planteado por una de las mejores falsificaciones literarias del mundo». Él cree haberse acercado bastante a la verdad y nos deja a nosotros decidir su significado.

La poeta y el asesino es una novela apasionante de leer, de esas que te cuesta dejar cuando tienes que estudiar, ir a trabajar o ceder el paso en el autobús.

Narrada con saltos en el tiempo, espacio y temática; el autor nos lleva a conocer, no solo lo que hubo detrás de la trama del poema falsificado, sino los orígenes y enigmas de una de las religiones que más polémica ha generado a lo largo de la historia desde su fundación: la Mormona.

«El Movimiento de los Santos de los Últimos Días es una denominación conformada por un grupo de iglesias cristianas escindidas a partir de la llamada Iglesia de Cristo, fundada por el estadounidense Joseph Smith en 1830. Al movimiento se le conoce informalmente como mormonismo, y a sus miembros como mormones. Inicialmente usado de forma despectiva por sus detractores.»

Worrall desgrana dicha religión desde sus principios, nos cuenta sus mitos y desvela secretos guardados celosamente por generaciones de mormones que veían peligrar la perduración y credibilidad de una fe que siempre estuvo en entredicho.

Intenta llegar al origen del odio que movió a Mark Hoffmann, el falsificador y asesino, a urdir una trama que duraría años de fría venganza, para intentar echar por tierra los pilares del mormonismo. Pero el escritor lo hace documentándose, utilizando argumentos, usando la palabra escrita, utilizando hechos y no la violencia, ni el engaño. Entra en conexión con la mente de Hoffmann mediante el puzle que forman todos sus allegados. Porque Worrall consigue entrevistarse con personas que formaron parte de la vida privada del asesino, incluso logra hablar con la que fuera su esposa, algo francamente difícil. De todos ellos saca una misma conclusión: la incredulidad hacia la conducta que Hoffmann había tenido con y hacia ellos.

Todos nosotros hemos conocido personas altamente inteligentes que ejercen poder sobre otras personas. Una fuerza abductora que dirige los pensamientos y la voluntad sobre sus semejantes, algo así como el personaje televisivo de El Mentalista, pero utilizado para el mal. Así era Mark Hoffmann y nadie lo sabía:

«Además de un brillante falsificador, Hoffmann también era un maestro del engaño que se regocijaba con el caos que provocaban sus mentiras. De cara al exterior era un hombre de aspecto inocente y tímido, un ratón de biblioteca que normalmente pasaba desapercibido entre la gente.»

Da miedo conocer todo lo que descubrió Simon Worrall sobre Hoffmann. Saber que convivimos con personas así, que ejercen tanto poder sobre nosotros, plantearnos que quizá no somos tan libres como creemos, ni nuestros actos están exentos de intenciones ajenas.

A estas alturas de la reseña os preguntaréis qué tiene que ver Hoffmann con Emily Dickinson, y por qué la eligió a ella como protagonista de este fraude. Me permitiréis que eso no lo desvele, sería injusto para vosotros robaros el disfrute del descubrimiento en el libro. Pero sí os diré que la soberbia y el orgullo mal entendido del delincuente que nos ocupa le llevó a crear falsificaciones de los grandes iconos de Norteamérica. Esto es, intentar burlarse de todo aquello que diera imagen y mantuviera firmes los pilares del sistema establecido. Emiliy Dickinson era y es un estandarte y un orgullo dentro y fuera de su nación.

Quiero dejar muy claro que, aunque la novela se plantea casi como un intrépido thriller, hay lugar para la emoción, pues los capítulos dedicados a la vida y obra de la poeta no carecen de importancia. El acercamiento que el autor nos hace a la persona de Emily Dickinson es dulce, honesto y muy respetuoso. Así, él mismo se confiesa admirador suyo compartiéndola generosamente con el mundo entero. Worrrall sabe y admite que todos tenemos una Emily Dickinson adaptada a nuestro corazón. Permitidme que comparta este breve pasaje que le dedica en uno de los capítulos en los que habla sobre la poeta:

«(…) Dickinson es considerada la encarnación de la conciencia femenina. Su existencia solitaria encuentra eco en el estilo de vida de la mujer actual. Dickinson es la niña que nunca creció: ni se casó, ni tuvo hijos, y jamás se adentró en el complicado mundo de las relaciones sexuales adultas. En esta época posmoderna y posfeminista de crispadas relaciones sexuales, su exilio interior es percibido como una forma de heroísmo y su decisión de no casarse como la única elección inteligente. Como consecuencia de todo esto, resulta que una de las poetas más reservadas del mundo ha logrado engendrar una comunidad de devotos que no deja de crecer.»

¡Impresionante, Mr. Worrall!

Para finalizar el análisis de la línea argumental del libro he dejado como último punto algo que desde el comienzo del libro me escandalizó sobremanera, y es la aparente impunidad con la que se trabaja en el mundo de las subastas, según nos cuenta Worral en La poeta y el asesino. No deja de perturbarme que entidades del máximo prestigio y solera en el mundo de las antigüedades y el coleccionismo, se acojan a la cantinela «si no está conforme le devolvemos su dinero». No parece dar mucha confianza al ciudadano que pone su fe en ellos, y a mí particularmente no me da ninguna. Además, ¿cómo saber si se debe estar conforme o no con lo que se consigue en una subasta, si quienes te debieran proteger no se sienten en la obligación?

El autor pone a la humanidad frente a un espejo, que le devuelve una patética imagen mostrando lo débil que es nuestra sociedad:

«Poseer un autógrafo de Babe Ruth o un trozo de pastel de bodas de los Windsor –subastado en Sotheby’s, Nueva York, por 27000 dólares en 1999- da a los coleccionistas de hoy en día, maravillados por la celebridad, un vínculo tangible con el mundo del glamour y de la fama. (…)»

Un mundo que brilla como el oro pero que tiene el valor de la pirita.

No quiero terminar mi reseña sin mostrar mi admiración por la narrativa de Simon Worrell, quien ha sabido conjugar el serio periodismo de investigación con la más alta pluma que pueda darse en la novela negra, combinando escenarios y diferentes relatos con elocuencia y fluidez, facilitando al lector el viaje a través de su novela y envolviéndole en la trama de la que le hace cómplice en todo momento. Lo que en muchos casos sería considerado un documento o tratado especializado en el campo del periodismo de investigación dedicado a las falsificaciones, Worrell consigue transformarlo en una trepidante historia repleta de interesante información, que a nadie aburre y a muchos fascina. Pero eso sí, con una pasión desbordante que contagia y provoca, haciendo honor a la máxima que ya Séneca nos regalara allá por el siglo I D.C.:

«Decir lo que sentimos. Sentir lo que decimos. Concordar las palabras con la vida.»

Undine von Reinecke