Ambientada en el Londres de 1945, recién firmada la paz pero aún movilizado el ejército, cuando, en palabras de la autora, «toda la buena gente era pobre», nos cuenta el día a día de la peculiar y bastante liberal residencia de señoritas May of Teck. La encargada de narrarnos la memoria de aquellos días es Jane Wright, periodista en 1963 pero empleada de una editorial de medio pelo en la postguerra. Sus recuerdos se despiertan al hilo de la noticia de la muerte de uno de los chicos que frecuentaban la residencia, Nicholas Farringdon, hippy «avant la lettre» a la par que escritor sesudo con debilidad prosaica por las chicas guapas y lánguidas. Jane intenta ponerse en contacto con sus antiguas compañeras para comunicarles el suceso, momentos que aprovecha la autora para deslizar sobre la página ese mundo definitivamente perdido, casi inocente, en el que a pesar del racionamiento, de los cupones para ropa que obligaba a las chicas a compartir entre todas un Schiaparelli para las salidas nocturnas con posibles maridos, de la dificultad de mantener una dieta que no ensanchara las caderas con un menú a base de pastel de carne y pudding de patatas, de tener que enmantequillarse el cuerpo para escapar por el ventanuco del baño y pasar al hotel americano, eran tremendamente felices porque todo estaba por venir.
Pero no nos debemos fiar nunca de Muriel Spark, porque entre las medias de seda, las reuniones de escritores marginales y las clases de declamación de la dulce Joanna flota el fantasma de la guerra, el humor incisivo se clava en las ilusiones de las chicas y la tragedia, enmascarada por una sonrisa, finalmente hace descarrilar al lector de las despreocupadas vías por las que le había conducido la narración
Porque el objetivo de M. Spark es sorprender a quien se adentra en sus libros: a través de la economía narrativa, la información racionada y el humor chocante, inteligente y vivaz. Al final, su relato a base de saltos temporales configura un puzzle que debe montar el lector, aunque algunas piezas no sean más que sombras.
Siempre recomendaré a M. Spark. Los ratos que paso con sus obras (y esta se lee de una sentada) son tan estimulantes que me hacen volver una y otra vez a su talentosa escritura.