Esta festividad fue creada en 1998 por el doctor indio Madan Kataria, y yo supongo que eligió el primer domingo del mes porque el último ya no hay a quien le apetezca reírse de nada. El susodicho doctor también creó el llamado «yoga de la risa» e incluso un Club de la Risa, de ahí que quisiera amortizar su invención, vuelvo a suponer yo, dedicándole ni más ni menos que un Día Internacional. Esta práctica meditativa riente, condensada en el libro de Kataria Ríe sin razón, cree que la risa es curativa y, para aprovecharla, propone reír a pelo: sin chistes, sin vino, sin cine y sin libros, es decir, solos tú y tu cuerpo o como mucho con otros participantes de la terapia grupal, aplicando esa verdad universalmente reconocida de que la risa es contagiosa.
A mí las dos premisas del yoga de la risa me dan risa. ¿Cómo que la risa cura? ¿Por qué reír sin porqué? Y para refutarlas recurro a la autoridad del escritor francés François Rabelais, una eminencia en ambas materias, reír y curar: además de escribir la divertida saga de los gigantes Gargantúa y Pantagruel, él mismo era médico, aunque es probable que desde el siglo XVI la Medicina haya cambiado un poquitín. Se cree que Rabelais escribió la primera novela de la saga, Gargantúa, para distraer a sus enfermos, ¡pero no para curarlos! Y en el prólogo de la segunda novela, Pantagruel, se ríe abiertamente de los supersticiosos que piensan que los libros pueden curar enfermedades. Por todo eso estoy bastante seguro de que hoy en día el doctor Rabelais se burlaría a mandíbula batiente del doctor Kataria.
Pero no hay que descartar los libros divertidos solo porque no nos curen. De hecho, el mismo Rabelais recomienda reír, «puesto que la risa es lo propio humano». He aquí, pues, diez libros que no me han curado nada pero sí me han hecho más humano, ideales para celebrar el día de la risa.
Stella Gibbons, La hija de Robert Poste (Impedimenta, 2010)
La hija de Robert Poste, protagonista de la novela homónima de Stella Gibbons, se llama Flora y, después de que sus padres mueran en la pandemia de gripe de 1918, decide irse a vivir con su familia de Cold Comfort Farm. Los dueños de esta granja, los Starkadder, son unos campesinos conservadores, violentos, rústicos e ignorantes, mientras que Flora es una urbanita moderna, educada, arrogante y despreocupada, por lo que el choque campo-ciudad genera múltiples situaciones cómicas. Sobre todo porque Flora es una metomentodo que, con su soberbia cosmopolita, quiere solucionarles todos los problemas a los granjeros.
Así, La hija de Robert Poste recuerda a La Celestina, puesto que Flora junta parejas con habilidad innata, pero también se adelanta en el tiempo al reality Extreme Makeover, tanto en su versión para personas, pues embellece a su prima y encarrila carreras frustradas, como en su Home Edition, ya que transforma la granja familiar en un lugar más habitable. Y pese a tratarse de una novela publicada en 1932, la obra de Gibbons es un clásico de la literatura inglesa que merece ser leído hoy por el carácter divertido, materialista y moderno de Flora.
Guillem González