Si quisiéramos conocer a Iris Murdoch a través de sus novelas, pensaríamos en una mujer de clase acomodada, culta, con gran sentido del humor y marcada por la fuerza en ocasiones despótica de los caracteres masculinos, capaz de reflejar con gran verosimilitud una sociedad profana y frívola preocupada sin embargo por las disquisiones morales, por la dificultad de diferenciar claramente entre el bien y el mal. Un modo de vida entre lo mundano. lo sensitivo y lo intelectual que seguramente tendría más que ver con los personajes que la rodearon en vida —entre ellos el Nobel Elías Canetti—, que quizás con ella misma. Como de ordinario sucede entre los grandes escritores.
Pero en su caso parece ineludible también recurrir al retrato que de ella trazó el que durante más de 45 años fue su marido, el crítico y profesor de literatura inglesa John Bayley, quien estuvo a su lado desde que la escritora contrajo el mal de Alzheimer hasta el final de sus días. En su Elegía a Iris —más tarde convertida en película por Richard Eyre—, Bayley se explaya, en efecto, en la descripción de la lucha de Iris Murdoch contra la enfermedad, pero no puede evitar al mismo tiempo hablar del carácter su esposa antes de la enfermedad. Una mujer a la que presenta como escritora laboriosa, luchadora incansable y, en el fondo, una persona sencilla a la que sin embargo le encantaba rodearse de gente estrambótica. Una mujer fascinada por el poder y los poderosos, preocupada por el sexo y las cuestiones morales, «muy masculina en sus compaortamientos» y, en cualquier caso, profundamente generosa. Tan generosa que no dudó en mantener a su esposo durante los primeros años de su matrimonio, hasta que éste encontró trabajo en la Universidad. «Me enamoré de ella cuando un día la vi pasar en bicicleta —escribe Bayley—, ella tenía 34 años y yo 27. Nos casamos cuatro años después, me costó bastante persuadirla, pero decidimos que podía tener alguna ventaja. Y ella, una vez casada, se lo tomó en serio». El tomárselo en serio consistió en renunciar a todo tipo de aventuras de las que había tenido antes de casarse.
La misma seriedad de su relación con Bayley pareció manifestarse en la aparición de su primera novela, Bajo la red, publicada cuando la Iris Murdoch tenía 35 años. Una opera prima que que llegó a ser elegida por la editorial Modern Library como una de las cien mejores escritas en inglés del siglo XX. A pesar de su éxito, los críticos coinciden sin embargo en que su mejor novela, la más cuajada de todas, es El mar, el mar, publicada en 1978, veinticuatro años después, y merecedora en su día del prestigioso Booker Price. Las concomitancias entre el protagonista de esta última, un dramaturgo y director de escena que decide retirarse a una casa en la costa, y Próspero, el personaje de La tempestad, de Shakespeare, con toda su simbología y su reflexión sobre la condición espiritual, ética y estética del hombre frente al mundo, le permiten a la escritora dublinesa construir la que sin duda es una de las grandes novelas de su tiempo.
Entre medias, eso: una labor incansable de escritura, especialmente con las novelas que fueron apareciendo desde finales desde los años sesenta hasta la publicación de El mar…, con títulos como Amigos y amantes, Un hombre accidental, La sagrada y profana máquina del amor, El hijo de las palabras o Henry y Cato. Sin olvidar sus ensayos filosóficos, sus obras de teatro… o sus libros de poemas (Poemas y Un año de pájaros).
Tanta escritura, que incluso se atrevió a convertirse a sí misma en personaje (una vez más de sexo masculino) en otra de sus obras más celebradas, El príncipe negro, publicada en 1973. En El príncipe negro el alter ego de Iris Murdoch es precisamente un autor de novelas de éxito que no pierde ocasión para publicar una novela por año, al que desprecia profundamente el protagonista, Bradley Pearson, enamorado de su hija adolescente. Pearson, que en el trascurso de la novela se encuentra en un proceso de bloqueo creativo, permite en esta obra a Iris Murdoch plantear una profunda reflexión sobre el amor, la creación y las pasiones humanas.
Después de tantos años de escritura, cuando manifestó los primeros síntomas del Alzheimer Iris Murdoch pensó que, como su personaje, precisamente era víctima de un difícil momento de bloqueo creativo. Pero había mucho más. A pesar de ello, la escritora no desfalleció nunca. Incluso cuando perdió la facultad de escribir, como nos cuenta Bayley en su libro, siguió bajando a la playa con sus papeles para seguir escribiendo… hojas en blanco. Lo mejor, sin duda, que supo hacer a lo largo de su intensa vida.
Carlos Aganzo (El norte de Castilla)