La literatura es una red tejida con tradiciones diversas y el influjo de unos textos sobre otros es constante. De hecho, la escritura es un proceso que nunca puede ser adámico, porque aprendemos a escribir a través de la lectura. La lectoescritura, pues, se traslada a la creación de textos de manera natural y las influencias de los textos leídos se pueden hacer notar en los textos escritos de maneras muy diversas. Más allá del gusto por la cita y las múltiples posibilidades del juego metaliterario, hay una modalidad fascinante de influencia literaria que prefigura la realidad inmediata de sus lectores. Nada esotérico. No hablo de literatura de ciencia ficción con calidades proféticas ni de influencias tan difusas como la de Salinger sobre el asesino de John Lennon. El lunes llega a las librerías un texto muy singular para valorar el grado de influencia que puede tener la literatura. Impedimenta publica Diarios del agua de Roger Deakin, un naturalista británico que creó en el Reino Unido el movimiento denominado wild swimming (natación silvestre) consistente en viajar nadando por cualquier acumulación de agua, natural (ríos, arroyos, playas, estanques, lagos) o artificial (canales, piscinas, diques, acueductos, pantanos). La figura de Deakin (1943-2006) es conocida en la Gran Bretaña. Protagonizó diversos documentales en la BBC, el más popular el que mostraba esta faceta suya de nadador asilvestrado. El libro está plagado de aventuras, algunas extremas, como cuando está a punto de morir en el remolino de las islas Hébridas.
Pero lo que aquí nos ocupa es el origen de su afición. Deakin explicaba que el detonante para lanzarse al agua fue la lectura en 1996 del relato de John Cheever El nadador (The swimmer) publicado en 1964 en el The New Yorker y llevado al cine en 1968 por Sydney Pollack con Burt Lancaster de protagonista. En este relato, una noche de verano Neddy Merrill decide volver a casa nadando por todas las piscinas del vecindario, en un entorno de clase media. El periplo en remojo empieza como una gran fiesta, con comités de recepción en cada piscina, y poco a poco va decayendo. El tiempo pasa, los conflictos aparecen, la energía se agota, todo se vuelve más decadente. Es un gran relato. Recuerdo que lo leí con deleite, pero jamás se me hubiera ocurrido, como a Deakon, tirarme de cabeza en la primera charca que viera y ponerme a nadar como una rana. En 1990 Pep Coll publicó el cuento L’home que corria més que el sol, la historia de Quim de l’Aubach, que corría hasta la cumbre de la montaña del pueblo lo bastante rápido para que no le atrapase la sombra del sol. En el año 2004 el Centre Excursionista de Lleida empezó a montar una carrera inspirada en el cuento. Casos como los de Deakin y Coll depositan una responsabilidad enorme sobre las frágiles espaldas de los narradores.
MÀRIUS SERRA