Un cuento sobre cómo se crean los cuentos, que es el subtítulo y tema vertebral del relato, sino Zorro. A estas alturas de las colonizaciones entre la ciudad y el campo —zorros viviendo en barrios residenciales, cafeterías de café orgánico y bombillas vintage abriendo sus puertas en pueblos—, y después de que ya se hayan desvelado todas las ignorancias populares sobre el mundo animal —los koalas pueden convertirse en auténticos torbellinos violentos, las vacas manifiestan emociones— me sigue sorprendiendo que el zorro, como el lobo en la Península Ibérica, continúe con su sambenito de ladrón, asesino, taimado y odioso —no mencionemos todo el triste alcance la zorra y la raposa en nuestro idioma.
No pongo en duda que el zorro real, el de ficción y el simbólico en discursos como el de Ugrešić pueda comportarse como un ser rastrero y un embaucador de doncellas y gallinas. Sin ir más lejos, en un importante periódico de tirada nacional podía encontrarse no hace mucho el titular sobre un zorro que, atrapado en un gallinero, había acabado fatalmente a manos (o picos) de sus inquilinas. El zorro continúa siendo noticia porque aporta esa nota de color sobre un tiempo no tan lejano, cuando las amenazas tenían unos pelajes y una nocturnidad fáciles de identificar. Nos recuerda que la naturaleza se mantiene salvaje en alguna parte, frente a nuestra domesticación de cualquier novedad y las devastadoras oscilaciones climáticas. Cosas, al final, muy parecidas al papel que ocupan los cuentos.
¿Quién o qué es el zorro en la narración de Ugrešić: el escritor o el propio relato? Los escritores son en esencia mentirosos profesionales, dice la autora; Mr. Fox dispuestos a entretener audiencias mientras esconden muchas llaves manchadas de sangre en un bolsillo de la chaqueta. Los cuentos son escurridizos, reconoce la escritora; su origen y sus intenciones no quedan claros ni a los eruditos que, como ella, puedan dedicar más de trescientas páginas a comprenderlos.
Valiéndose de todo lo que conforma los recuerdos e imaginaciones de una escritora, Dubravka Ugrešić derrama pistas (o despistes) acerca de cómo se crea un cuento. Si bien, tal y como les sucede a los protagonistas de muchos historias populares, ella misma pueda perder su propio reguero de migas y terminar creando una estructura más compleja, más de cuento, entre divina (el zorro oriental) y chabacana (el zorro europeo).
Para Ugrešić, un cuento se crea de manera íntima, cuando a una mujer la abandonan en un andén de tren. Un cuento se crea de forma masiva y comercial, cuando Netflix embauca a una niña con las muñecas de Ever After High, que a su vez provienen de cuentos que ya no se leen como antaño, que son el titular tragicómico del zorro atrapado en un gallinero. Un cuento se crea en los diálogos competitivos entre autores minoritarios, arribistas y superventas, en la conversación entre el autor vivo y los autores muertos, sus esposas silenciadas, sus manuscritos a medias. En un elitista college de literatura creativa, en un jardín que necesita ser desbrozado, en una casa que pide a gritos mantenimiento, en una cama, en un autocar turístico, en la historia que nos empeñamos en interpretar y en el futuro que no es posible predecir. El cuento se crea en todo lo escurridizo. Es el zorro en un territorio de personas anhelando la supervivencia.
El buen cuento nos hace sentir gallinas, reproduce el clac del pestillo de un corral abierto. Dubravka Ugrešić juega con esa delicada estructura de madera y alambre, medio devorando la ficción y medio dejándose mordisquear por ella. A veces autora, a veces lectora; mujer real o inventada, cínica y esperanzadora: un auténtico zorro-libro para perseguir fogonazos de algo, trozos de memoria, quizá cuentos.
Por Almudena Muñoz