Una de sus muestras más recientes es La fruta del borrachero (Ed. Impedimenta, 2019), primera y bien cumplida novela de Ingrid Rojas Contreras, «hija de un intelectual excomunista y una clarividente», exiliada ya en su niñez en Estados Unidos como consecuencia de la aterradora etapa de violencia que atravesó su país en manos del poderoso narco Pablo Escobar. La novela es fruto del examen de la memoria de la infancia de la escritora bajo la figura de la niña Chula, que comparte voz narrativa con la adolescente Petrona, la criada de la familia Santiago, que resiste cercada en un barrio vigilado.
La historia, de acuerdo con su temática, vuelve a trenzar una crónica de familia a dos voces. Lo hace en un escenario colombiano desdoblado en lo urbano y lo rural; este último, que exhibe una miseria atroz, es un espacio de «invasión» donde se hacinan construcciones alucinantes en un cerro amenazador, asolado por el crimen, la droga y la naturaleza hostil.
La trama, de desarrollo lineal, nos ofrece una historia que fluye sosegada en una larga serie de episodios que la van troceando. La tensión narrativa culmina en el tercio final del discurso textual, que adquiere forma envolvente, circular. Las referencias constantes al capo Escobar contrapuntean la visión infantil del país que tiene en la familia (especialmente en la arriscada figura de Alma, la madre) su caja de resonancia. Poco a poco, la atmósfera se va enrareciendo, la violencia y la muerte se expanden y ni siquiera un presumible final feliz llega a su plenitud por las duras secuelas de lo vivido; en especial el secuestro del padre por la guerrilla.
Algo de lo que hemos dicho está tomado de la «Nota de la autora», nota epilogal, que califica La fruta del borrachero de novela basada en «la experiencia personal» y confiere plena realidad a «detalles históricos y acontecimientos políticos» que se mencionan. Una mención especial como el elemento-eje de la historia es lo mágico, que se canaliza en una importante presencia de las supersticiones, la brujería, lo alucinatorio, lo onírico, etc. Exponente concreto de ello es el arbusto «el borrachero», presente ya en el título, que es narcotizante y cuyo fruto produce delirium tremens a través de la droga llamada popularmente burundanga.
Mérito indudable de la novela es lo convincente de la visión infantil sobre la vida del país, acompasada a la vida familiar. Un vivir inquietante e inestable por el que menudea el miedo, el silencio, la amenaza, la delación y la omnipresencia del mundo del narcotráfico. La autenticidad de los personajes y el entrevero de anécdotas intrascendentes y otras ásperas y destructivas, junto con el análisis de la intimidad infantil y adolescente, son claves constatables en esta novela que nos atrae y acerca cuanto más progresamos en su lectura. La traducción del original inglés, a cargo de Guillermo Sánchez Arreola, parece impecable. Un estreno afortunado de una escritora con futuro.