El zorro es el dios de los escritores, tal como afirma el escritor ruso Boris Pilniak, «es el dios de la astucia y la traición. Si el espíritu del zorro penetra en un hombre, la estirpe de este hombre está maldita» (pág. 14). Y, desde el elevado templo de ese dios, Ugrešic nos muestra la verdadera naturaleza del escritor: un ser rebelde, astuto, traidor al poder y leal a su arte, irreverente ante la tiranía y la imposición, burlador de límites y normas.
La novela Zorro es una reflexión sobre la propia esencia de la literatura, sobre cómo el escritor crea su obra. Y la autora responde a través de una estructura en cinco partes, que al principio parece inconexa y al final se revela plena de sentido. Alterna el relato personal con el ensayístico sobre literatura universal, especialmente rusa, para hablar del poder liberador de las letras; habla de Nabokov, Levin, Pilniak o Tanizaki citando hechos reales y ficticios, apetitosas anécdotas de sus vidas y obras, intercalando todo este conjunto, solapándolo y volviéndolo a construir sobre la base de sentimientos propios y experiencias vitales. La obra es un periplo por países que conoce, Italia, Japón, Croacia, Rusia, EEUU, por autores que ha leído y por experiencias que han marcado su vida. Denuncia la persecución que sufrió la literatura vanguardista rusa ante el acoso de la dictadura, cita nombres y perseguidos, escritores sobre quienes pendía la espada de Damocles del poder estalinista. «La llamada Gran Purga empezó ya el año siguiente, cuando ejecutaron a cientos de miles de personas. Había que erradicar en primer lugar el ‘gen de la inteligencia’» (pág. 263). Y continúa explicando cómo Stalin destruyó la flor y nata de la inteligencia rusa, «en aquellos días la gente perdía la vida por pecados mucho menores que escribir de forma experimental» (pág. 268). Pero la historia de Doivber Levin, acosado como otros tantos intelectuales por el estalinismo, no es sino el punto de arranque para hablar de la caída del muro y la escisión de Yugoslavia en seis estados: guerra, exilio y asesinatos promovidos por un ultranacionalismo feroz que se hermana con aquel estalinismo del pasado en cuanto a extremismo y devastación. Y, ahora, la escritora croata sufre también la guerra y la pérdida, el acoso desde diferentes ideologías extremas. Porque en todo momento, oculta bajo el ensayo o la novela, bajo la realidad o la ficción, se esconde la confesión íntima de su propia vida y sentimientos, también su rebeldía como mujer. «La voz femenina, naturalmente, no es ilegal, pero las mujeres, al parecer, todavía no han conquistado ni adoptado todas las formas de escritura literaria» (pág. 143).
Dubravka Ugrešic (Kutina, Yugoslavia, 1949) es una de las escritoras más relevantes de la Europa actual. Ha recibido varios premios y sus libros han sido traducidos a diferentes idiomas. Especialista en literatura comparada y literatura rusa, ha impartido docencia en varias universidades europeas y americanas, donde ha compaginado la enseñanza con la escritura. Entre sus obras destacan El museo de la rendición incondicional (1996), El ministerio del dolor (2005) y Baba Yaga puso un huevo (2008), además de los ensayos Gracias por no leer (2003) y No hay nadie en casa (2005).
Su fundada crítica a la guerra de los Balcanes le ha valido el desprecio de muchos. De ahí que la exclusión, el abuso de poder, la censura, el silencio o la ocultación de su talento, sean heridas que mueven toda la novela, porque la literatura hay que escribirla desde dentro, y ella, que no quiso declararse ni croata ni serbia, quedó relegada a la nada, mirando a las estrellas en medio de un campo de minas. Su padre murió sin hablarle de la guerra, no quiso hacerla cargar con ese peso, el de la banalidad del mal: listas negras, limpieza étnica, escuadrones de la muerte, impunidad…
Por eso Zorro es una novela singular, un viaje por la literatura y la vida que pretende explicar «cómo se crean los cuentos» o, al menos, hablar de la fértil mezcla de vida y sentimiento, de historia y literatura, de lugares y necesidades que impulsan a la escritura, porque «la auténtica diversión literaria empieza justo cuando la historia se escapa al control del autor, cuando empieza a comportarse como un aspersor de jardín y a salpicar en todas direcciones; y cuando la hierba comienza a crecer no debido a la humedad, sino a causa de la sed que le provoca la fuente de humedad cercana. Y si yo recuerdo con viveza estos aspersores de jardín, probablemente también los recordarán otros…» (pág. 283).
Alberto Monterroso