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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«La puerta de los ángeles» – Penelope Fitzgerald

La puerta de los ángeles es una novela breve muy lograda, con la ironía fina y la hondura que caracterizan la prosa de Penelope Fitzgerald, en la que lo elevado y lo terrenal se cruzan con mucho humor y una pizca de desamparo.

La puerta de los ángeles (1990), finalista del Premio Booker, tal vez sea uno de los títulos menos conocidos de Penelope Fitzgerald (Lincoln, 1916-Londres, 2000). Corresponde a su última etapa, en la que, tras una década escribiendo biografías y libros inspirados en su propia vida -entre los que se cuentan La librería (1978) y A la deriva (1979; Premio Booker)- cultivó una narrativa histórica eminentemente literaria, que dio lugar a sus mejores obras, El inicio de la primavera (1988) y La flor azul (1995). Su concepción del hecho literario aúna los rasgos de la comedia de costumbres británica con un ingenio que se nota, por ejemplo, en la estructura: suele empezar in medias res para luego volver atrás; explora caminos que desconciertan a menudo a los lectores, también en el desarrollo de los personajes, con una narración sutil y ocurrente (sí, ocurrente), que con pocas pinceladas da forma a universos insospechados. Ese podría ser su sello: lo inesperado en una tradición (en apariencia) conocida.

Esta novela narra cómo dos personajes (y todavía más: dos cosmovisiones) contrapuestos se cruzan después de un encuentro casual. De algún modo, rompe con esa creencia de que la vida sigue un curso determinado por las circunstancias materiales de cada uno: la casualidad, el libre albedrío, existen, y pueden transformarlo todo en el momento más insospechado (esta pequeña reflexión no es gratuita: se relaciona con el contexto del libro). En el primer capítulo, el joven Fred Fairly pedalea rumbo al college St. Angelicus, en el Cambridge de principios del siglo XX, un selecto centro donde imparte clases de física y le auguran un gran futuro como profesor. Eso sí, no podrá casarse; las mujeres tienen prohibida la entrada allí. Fred charla con el director, y este alude a un accidente que Fred tuvo con la bicicleta. Este accidente, lejos de ser anecdótico, cambió el destino del protagonista, y a continuación la acción retrocede para reconstruirlo. Entra en escena una chica, Daisy Saunders «el otro universo»;, con quien coincidió durante el percance. En el prefacio, Hermione Lee explica que Penelope Fitzgerald solía decir: «Me llama la atención la gente que parece haber nacido ya derrotada, o incluso profundamente perdida» (p. 8). A su manera, tanto Fred Fairly como Daisy Saunders lo están.

Dos personajes, dos rectas perpendiculares. Por un lado, Fred Fairly (cuyo apellido se puede traducir como «justo», «limpio», «recto»): profesor en un colegio de renombre en el que los hombres están obligados al celibato. El hecho de instalarse en el college lo alejó de su familia, y por extensión de la calle, de las tribulaciones de la gente sencilla. Fred vive recluido en el entorno académico, regido por las ciencias, la teoría, la investigación. En su visita a casa de sus padres, resulta significativo que se sorprenda al descubrir que su madre y sus hermanas están inmersas en el sufragismo; él permanece ajeno al movimiento que está dando la vuelta al país. La paradoja del ambiente universitario: se considera el conocimiento más «elevado», pero al mismo tiempo el St. Angelicus constituye una isla que funciona con sus propias reglas y desconoce los problemas diarios de la sociedad. Fitzgerald plantea una crítica sutil a la rigidez del academicismo y a la idea de que mantener determinadas tradiciones es sinónimo de prestigio. Por aquel entonces algunas universidades admitían a mujeres; sin embargo, el St. Angelicus permanece anquilosado en sus viejas costumbres.

En el otro lado, Daisy Saunders, una muchacha de los suburbios de Londres que podría ser una huérfana dickensiana. Tras la muerte de su madre se queda sola y comienza a trabajar como aprendiz de enfermera en un hospital. Ella representa la otra faceta de la ciencia, opuesta al estudio en el laboratorio: menos conocimiento teórico, pero contacto directo con la enfermedad, el cuerpo, la decrepitud. Daisy, que solo posee su fuerza de trabajo, adquiere una instrucción que no se imparte en el St. Angelicus. Daisy y Fred encarnan la confrontación de la práctica y la teoría, la sordidez cotidiana y el elitismo intelectual. Esta experiencia, además, le hace perder el pudor a la joven, elimina todos los tabús con respecto al cuerpo humano, lleva a cabo las tareas más ingratas de los sanitarios. Mientras tanto, los cultivados profesores del St. Angelicus cumplen su voto de castidad desde su atalaya.

Queda claro lo que pretende Penelope Fitzgerald al poner a Daisy en el camino de Fred, y viceversa. El título alude a una puerta de acceso al college medio oculta, que no se usa, pero para los protagonistas tendrá su utilidad (y no, no para citas furtivas de dos enamorados a medianoche. Esta autora nunca es tan previsible). Aunque de entrada el protagonista parezca Fred Fairly, resulta interesante cómo el punto de vista se centra en otros, se desplaza a través del tiempo y los lugares; tiene ese matiz sorprendente, que demuestra lo bien hilada que está la obra. Hay una galería de secundarios espléndida: del profesor que escribe cuentos de fantasmas al periodista amigo de Daisy, sin olvidar a la madre y hermanas sufragistas y a la amiga del hospital, todos con su lado cómico y bien integrados en el relato. En suma, La puerta de los ángeles es una novela breve muy lograda, con la ironía fina y la hondura que caracterizan la prosa de Penelope Fitzgerald, en la que lo elevado y lo terrenal se cruzan con mucho humor y una pizca de desamparo.

Cristina Anguita