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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

En el patio de su casa de Bogotá, había un borrachero [un árbol subtropical, cuya flor, en forma de trompeta, entrega un olor dulce cuya sobredosis resulta peligrosamente narcótica]. Había otro en el jardín de su edificio, cuando su familia se mudó a San Francisco en 2002. «Senti como si me estuviera persiguiendo, y poco a poco fue apareciendo más y más en la novela, Al ser la flor tan hermosa, pero tenebrosa al mismo tiempo, se me antojó como un paralelismo de Colombia: es un pais muy lindo, pero el peligro corre por debajo», dice Ingrid Rojas Contreras (Bogotá, 1984), que acabó dando a su ópera prima el sugerente título de La fruta del borrachero. La no vela acompaña a la soñadora niña Chula, su hermana, su madre y la criada Petrona —hay varones entre los protagonistas, pero están más ausentes que presentes— en su lucha desesperada por sobrevivir, emigración y secuestros mediante, a los años más duros del narco colombiano, encarnados en la figura de un Pablo Escobar al que la protagonista teme por encima de todas las cosas y cuyo fallecimiento acoge con alivio. «He recreado un mundo en el quelas mujeres están un poco abandonadas, en una jerarquía de poder que no las favorece», apunta. No hace falta hurgar mucho en su biografía para descubrir que esta novela es un trasunto, ficcionado, de su propia experiencia vital.

Desde el momento en que, junto a su familia, cruzó la frontera con Venezuela en 2002, Rojas comenzó a escribir sus memorias en notas, a modo de diario, y las escondía debajo del colchón. Hace siete años comenzó a ordenarlas. «Podría escribir sobre ellos el resto de mi vida. Son una máquina de historias , concede la autora, cuyo siguiente volumen versará sobre su abuelo, de quien dicen que tenia la capacidad de mover nubes con la mente. Parece que el futuro del realismo mágico está a buen resguardo en las manos de esta autora novel y su familia.

PALOMA ABAD